sábado, 8 de marzo de 2008

revista Historia del Presente







La revista semestral Historia del Presente nació en el año 2001 y, desde el año 2007, es coeditada por la Asociación de Historiadores del Presente y la editorial ENEIDA (http://www.editorialeneida.com/). La Revista, pretende ser portavoz y aglutinar a historiadores de diversas instituciones, interesados por el estudio del corto siglo XX de España, aunque está abierta a las colaboraciones sobre otros países y a la historia comparada. Es evaluada anónimamente por pares y sometida a controles externos. Patrocina su publicación el Centro de Investigaciones Históricas de la Democracia Española (CIHDE), grupo de investigación consolidado de la UNED. Envíos de correspondencia: Abdón Mateos, UNED, Senda del rey 7, 28040 Madrid.Entre 2008 y 2010 ha obtenido ayudas del Ministerio de Cultura para revistas y su distribución en Bibliotecas públicas. Es distribuida por SGEL y pueden pedirse números atrasados al CIHDE, la editorial Eneida y M. Pons. Es indexada por Historical Abstracts, Latindex, Cindoc y Dialnet.






Los números publicados o en preparación tienen los siguientes Expedientes:




1. La sociedad española durante el segundo franquismo, 2002 (agotado)









EXPEDIENTE. Núria Puig y Adoración Alvaro, Estados Unidos y la modernización de los empresarios españoles, 1950-1975: un estudio preliminar. Javier Muñoz Soro, Modernización y control social en el franquismo: la censura contra la revista «Cuadernos para el diálogo» (1966-1973). Xavier Domenech, El cambio Político (1962-1976). Materiales para una perspectiva desde abajo Enrique Berzal, De la doctrina social a la revolución integral. Cultura política y sindical de la oposición católica al Franquismo en Castilla y León.

EL PASADO DEL PRESENTE Juan Avilés, Veinticinco años después: la memoria de la transición Carme Molinero, Crónica sentimental» y falsa memoria del franquismo
HISTORIOGRAFÍA Ramón García Piñeiro, El obrero ya no tiene quien le escriba. La movilización social en el «tardofranquismo» a través de la historiografía más reciente Abdón Mateos, España desde México
LECTURA BARRERA, CARLOS , Periodismo y franquismo. De la censura a la apertura , Ediciones Internacionales Universitarias, Pamplona, 1995. CHULIÁ, ELISA , El poder y la palabra: prensa y poder político en las dictaduras: el régimen de Franco ante la prensa y el periodismo, Madrid, Biblioteca Nueva, Colección Historia Biblioteca Nueva, 2001, por Pedro Cobo MAINER, JOSÉ CARLOS y JULIÁ, SANTOS, El aprendizaje de la libertad, 1973-1986 , Madrid, Alianza Editorial, 2000, por Javier Muñoz Soro SAZ, I. y GÓMEZ RODA, A . (eds), El franquismo en Valencia. Formas de vida y actitudes sociales en la posguerra , Valencia, Ediciones Episteme, Colección Humanitas, 1999, por Xoan González Leiros. THOMÁS, JOAN M. , La Falange de Franco. El proyecto fascista del Régimen , Barcelona, Plaza & Janés, 2001, por Aram Monfort i Coll . PUIGSECH I FARRÁS, JOSEP, Nosaltres, els comunistes catalans. El PSUC i la internacional comunista durant la guerra civil , Vic, Eumo Editorial, 2001, por Antoni Lardín Oliver . FONT I ANGULO, JORDI , ¡Arriba el campo! Primer franquismo i actituds politiques en l´ambit rural nord catalá , Diputació de Girona, Gerona, 2001, por Xavier Domenech






2. La memoria de la Segunda República, 2003 (agotado)



EXPEDIENTE: La memoria de la Segunda República








Blanca Bravo : El mito de la II República en el recuerdo. El gobierno republicano en las autobiografías españolas (1939-2000). Genevieve Dreyfus-Armand : La memoria de la Segunda República en el exilio republicano en Francia. Helen Graham : Mujeres y cambio social en la España de los años treinta. Inmaculada Cordero : El exilio español y la imagen de España en México. José Luis Casas: La República recordada. Javier Muñoz Soro : Entre la memoria y la reconciliación. El recuerdo de la República y la guerra en la generación de 1968.
EGOHISTORIA Abdón Mateos : Un historiador con biografía. Conversación con Nicolás Sánchez-Albornoz.
TEORIA Enrique Moradiellos: Tzvetan Todorov: una entrevista y una reflexión
EL PASADO DEL PRESENTE Juan Avilés : La delincuencia en España: una aproximación histórica (1950-2001). Angeles Egido: Memoria y represión. Una reflexión historiográfica. HISTORIOGRAFIA Raanan Rein: España, Israel y los judíos.José Sánchez Cervelló: La historiografía portuguesa y sobre Portugal del Tiempo Presente.
MISCELÁNEA Ángel Herrerín : La sociabilidad de los anarcosindicalistas en España y el exilio tras la pérdida de la guerra civil.
CRÓNICA Carme Molinero: Campos de concentración y prisiones en el marco de la represión franquista. Carlos Navajas: El IV Simposio de Historia actual: un balance.
LECTURA CAMPOAMOR, Clara, La revolución española vista por una republicana, Universitat Autònoma de Barcelona, por Antonina Rodrigo CASANOVA, Julián (coordinador), ESPINOSA, Francisco, MIR, Conxita y MORENO GÓMEZ, Francisco, Morir, matar, sobrevivir. La violencia en la dictadura de Franco, Barcelona, Crítica, 2002, por Carlos Criado VEGA GARCÍA, Rubén (coordinador), El camino que marcaba Asturias. Las huelgas de 1962 en España y su repercusión internacional, Gijón: Ediciones Trea, S.L.- Fundación Juan Muñiz Zapico, 2.002, por Félix Hernández GÓMEZ, Esteban C. El eco de las descargas, Barcelona, Escego, 2002, por Javier Muñoz BERMEJO, Benito, Francisco Boix, el fotógrafo de Mauthausen, Barcelona, RBA, 2002, por Javier Rodrigo PÉREZ, José Antonio, Los años del acero. La transformación del mundo laboral en el área industrial del Gran Bilbao (1958-1977). Trabajadores, convenios y conflictos, Madrid, Biblioteca Nueva, 2001, por José Babiano DOMÉNECH SAMPERE, Xavier. Quan el carrer va deixar de ser seu. Moviment obrer, societat civil i canvi polític. Sabadell ( 1966- 1976), Barcelona, Publicacions de l'Abadia de Montserrat, 2002, por José Pérez i Granados TORRES, Rafael, Desaparecidos de la Guerra de España (1936-?), Madrid, La esfera de los Libros, 2002; SERRANO, Rodolfo y SERRANO, Daniel, Toda España era una cárcel. Memoria de los presos del franquismo, Madrid, Aguilar, 2002; LAFUENTE, Isaías, Esclavos por la patria, Madrid, Temas de Hoy, 2002, por Juan C. Berlinches DE LA FUENTE, Inmaculada, Mujeres de la posguerra. De Carmen Laforet a Rosa Chacel , Barcelona, Planeta, 2002; CHACÓN, Dulce, La voz dormida , Madrid, Alfaguara, 2002, por Mercedes Montero RADOSH, Ronald, HABECK, Mary R. y SEVOSTIANOV, Grigory (editores), España traicionada. Stalin y la guerra civil, Barcelona, Planeta, 2002, por Enrique Moradiellos PLATÓN, M., Hablan los militares. Testimonios para la historia (1939-1996), Barcelona, Planeta, 2001; POWELL, C. ,España en democracia, 1975-2000 , Barcelona, Plaza y Janés, 2001, por Raquel Barrios CASAS SÁNCHEZ, José Luis, Olvido y recuerdo en la II República Española , Sevilla, Falcata, 2002; por Raquel Zugasti DI FEBO, Giuliana, Ritos de guerra y de victoria en la España franquista , Bilbao, Desclée de Brouwer, 2002, por Zira Box. MARTIN RAMOS, José Luis, Rojos contra Franco , Barcelona, Edhasa, 2002, por Felipe Nieto










3. Abdón Mateos (ed.), La cuestión agraria durante el franquismo, 2004/1





EXPEDIENTE Abdón Mateos, El final de la cuestión agraria durante eel franquismo;Julio Prada Rodríguez, "De la explosión societaria a la destrucción del asociacionismo obrero y campesino. Ourense, 1934-1939" Emilio Majuelo, "Falangistas y católicos sociales e liza por el control de las cooperativas Ramón García Piñeiro, "Boina, Bonete y Tricornio. Instrumentos de control campesino en la Asturias franquista, 1937-1977" Cristóbal Gómez Benito, "Una revisión y una reflexión sobre la política de colonización agraria en la España de Franco" Carlos Criado, "La Hermandad Nacional de Agricultores y Ganaderos: el fracaso de un proyecto falangista autónomo de sindicalismo agrario, 1944-1951" Francisco Cobo y Teresa Ortega, "Franquismo y cuestión agraria en Andalucía oriental, 1939-1968. Estancamiento económico, fracaso industrializador y emigración".
TEORÍA Robert Frank, "La memoria y la historia"
EL PASADO DEL PRESENTE Xosé Manuel Núñez Seixas, "Sobre la memoria histórica reciente y el discurso patriótico español del siglo XXI" Carsten Humlebaek, "Usos políticos del pasado reciente durante los años de gobierno del PP" Jordi Font, "¿Está (de nuevo) la historia en pañales? Consideraciones a propósito de una lectura crítica de la novela Soldados de Salamina" Javier Rodrigo, "Los mitos de la derecha historiográfica. Sobre la memoria de la Guerra Civil y el revisionismo a la española"
CRÓNICA José Babiano, "V Encuentro de investigadores del franquismo: un primer balance". MISCELÁNEA Manuel Ortiz Heras, "Instrumentos legales del terror franquista"l.
LECTURA SAZ CAMPOS, Ismael, España contra España. Los nacionalismos franquistas, Madrid, Marcial Pons, 2003, por Laura Zenobi SEIDMAN, Michael, A ras de suelo. Historia social de la República durante la Guerra Civil, Madrid, Alianza, 2003, por José Luis Ledesma MOLINERO, Carme, SALA, Margarida y SOBREQUÉS, Jaume (eds.), Los campos de concentración y el mundo penitenciario en España durante la guerra civil y el franquismo, Barcelona, Crítica, 2003, por Ángeles Egido RODRIGO, Javier, Los campos de concentración franquistas. Entre la historia y la memoria, Madrid, Siete Mares, 2003, por Carme Agustí GÓMEZ, Esteban C., El eco de las descargas, Barcelona, Escego, 2002, por Javier Muñoz Soro YUSTA, Mercedes, Guerrilla y resistencia campesina. La resistencia armada contra el franquismo en Aragón (1939-1952), Zaragoza, Prensas Universitarias de Zaragoza, 2003, por David Prieto NÚÑEZ DÍAZ-BALART, Mirta, Mujeres caídas, Madrid, Oberon, 2003, por Matilde Eiroa SÁNCHEZ RECIO, Glicerio y TASCÓN FERNÁNDEZ, Julio (eds.), Los empresarios de Franco. Política y economía en España, 1936-1957, Barcelona, Crítica – Universidad de Alicante, por Núria Puig MONTERO, Mercedes, Cultura y comunicación al servicio de un régimen. Historia de la ACNP entre 1945 y 1959, Pamplona, Eunsa, 2001, por Feliciano Montero ORTEGA LÓPEZ, Teresa María, Del silencio a la protesta. Explotación, pobreza y conflictividad en una provincia andaluza, Granada 1936-1977, Universidad de Granada, 2003, por Rubén Vega RENAUDET, Isabelle, Un parlement de papier. La presse d’opposition au franquisme durant la dernière décennie de la dictature et la transition démocratique, Madrid, Casa de Velázquez, 2003, por Javier Muñoz Soro MARTÍNEZ LÓPEZ, David y CRUZ ARTACHO, Salvador: Protesta Obrera y Sindicalismo en una región "idílica". Historia de las Comisiones Obreras en la provincia de Jaén, Jaén, Universidad de Jaén, 2003, por Teresa Ortega JIMÉNEZ, Óscar Jaime, Policía, terrorismo y cambio político en España, 1976-1996, Valencia, Tirant lo Blanch - Universidad de Burgos, 2002, WOODWORTH, Paddy, Guerra sucia, manos limpias. ETA, el GAL y la democracia española, Barcelona, Crítica, 2002, por Javier Muñoz Soro





Introducción



El final de la "cuestión agraria" durante el franquismo, Abdón Mateos









Desde los comienzos de la Historia Contemporánea de España, con la consolidación de la España liberal, se abrieron conflictos como el clerical/anticlerical y la cuestión de la tierra, que recorrieron todo el largo siglo XIX y buena parte del siglo XX hasta el triunfo de la contrarrevolución en la guerra civil de 1936-1939 y la implantación de la dictadura de Franco. Fue, precisamente, durante la dictadura franquista cuando esos conflictos seculares que habían sido líneas de fractura fundamentales de la historia contemporánea española vieron su fin. Mientras que el clericalismo y su otra cara el anticlericalismo fue superado, tras una tentativa de "recatolización" de la sociedad española durante el primer franquismo, debido a la secularización acaecida desde los años sesenta, la "cuestión agraria", es decir, las diversas tentativas de reforma social que contrarrestaran el balance de las desamortizaciones y las luchas del mundo campesino, fue superada por las políticas de la contrarreforma agraria franquista y la transformación de la sociedad española, reiniciada durante los años cincuenta, con el descenso de la población activa agraria y el crecimiento de las ciudades. En efecto, desde comienzos de la década de los cincuenta y con anterioridad al Plan de Estabilización y Liberalización económica de 1959, se produjo un descenso de los activos agrarios y un crecimiento de la población que vivía en núcleos urbanos de más de diez mil habitantes. Una vez que desaparecieron los controles políticos que intentaban contrarrestar la emigración desde el campo a la ciudad, y desde ésta al extranjero, bien al continente americano durante los años cincuenta o bien, con posterioridad, a Europa, el abandono del campo fue incontenible. Durante los cincuenta se disparó el descenso del número de jornaleros que, enseguida, se generalizaría al mundo de los agricultores, de los pequeños y medianos propietarios de la mitad septentrional de España. Además del atractivo que la naciente sociedad de consumo tenía para la población rural, de la que se beneficiaba sobre todo las ciudades, otros factores coadyuvantes de éste movimiento migratorio tuvieron que ver con el marco político de la dictadura franquista. En primer lugar, como es bien conocido, la contrarrevolución franquista se basó en la destrucción de todo el tejido asociativo y cooperativo legado por la movilización campesina y la politización del mundo rural durante los años de la segunda república. La ilegalización del sindicalismo campesino republicano y la represión de sus dirigentes fue una realidad desde los comienzos de la guerra civil en los territorios que fueron controlando los sublevados. A menudo, además, las tropas franquistas y las milicias falangistas practicaron una política de terror indiscriminado entre los medios campesinos republicanos que desbordaba mera represión política. En esta línea, el ensayo de Julio Prada ilustra, desde el marco geográfico de la provincia de Orense, tanto la movilización campesina durante la etapa del Frente Popular en 1936 que, gracias a las afiliaciones colectivas, permitió un rapidísimo crecimiento del número de teóricos miembros del PCE a través de la Federación Provincial de Campesinos, como la naturaleza de la represión franquista durante los primeros momentos de la guerra civil. Prada examina el carácter selectivo de la represión dirigida contra los dirigentes del sindicalismo campesino, proponiendo la tesis de la existencia de una represión de estatus más que de clase, es decir, dirigida contra los líderes que tuvieran poder y prestigio en la sociedad republicana. Las diversas caras de la represión crearon un ambiente de miedo, desconfianza y desmovilización que se prolongaría en el medio rural durante toda la dictadura franquista. La destrucción del tejido asociativo y el control social ejercido por los representantes locales de las burocracias del franquismo, denominadas gráficamente por Ramón García Piñeiro "Boina, Bonete y Tricornio", nos conducen al proceso de acomodo y supervivencia a la dictadura, que ha examinado Conxita Mir, de la población española en los medios rurales. García Piñeiro se detiene en la significación del control político otorgado al falangismo de Estado, que "remendó las redes del viejo clientelismo rural" y fue utilizado como fuerza de choque en las tareas represivas. Además examina la realidad de las instituciones encargadas del nuevo orden agrario del franquismo como las Hermandades de Labradores, el Sindicato de Ganadería, La Cámara Sindical Agraria y las Uniones de Cooperativas. La conversión de buena parte de los ganaderos y de los trabajadores mixtos en proveedores de la industria lechera, como había ocurrido durante la etapa republicana en Cantabria, provocó el surgimiento de una conflictividad agraria en Asturias desde el comienzo de los años cincuenta. La desmovilización social que pretendía la dictadura franquista se encomendó no sólo a los burócratas del Movimiento sino a la Guardia Civil, apoyada por el Ejército en algunos momentos, y a los párrocos. Que la represión, el control y la desmovilización social constituían la verdadera naturaleza de la contrarrevolución franquista lo demuestra la debilidad de las instituciones del nuevo orden agrario de la dictadura. Como analiza el doctorando Carlos Criado, las Hermandades de Labradores y Ganaderos, a pesar del teórico encuadramiento obligatorio de la totalidad de los productores, fuesen propietarios o campesinos sin tierra, no consiguieron absorber a las cooperativas ni pasar de ser una entidad paraestatal, viendo como era demorada la constitución de un órgano directivo central hasta los años sesenta. En 1947, la fusión de las Cámaras Agrarias y de las Hermandades provinciales en el seno de las Cámaras Oficiales Sindicales Agrarias limitaron aún más las posibilidades de un "proyecto falangista autónomo de sindicalismo agrario". Sobre la realidad de la implantación del sindicalismo vertical en el mundo rural, como representación de los intereses del pequeño campesinado, reflexiona del mismo modo Emilio Majuelo. La pretensión totalitaria del proyecto sindical falangista de encuadrar a todas las entidades asociativas afectas, incluidas las procedentes del catolicismo social, se mostró inviable. Los sindicatos agrarios católicos manifestaron una notable capacidad de resistencia a las aspiraciones unificadoras del falangismo de Estado sobre todo tras la aprobación de la ley de Cooperativas de 1942 que transformaba a la Confederación Nacional Católico Agraria en la Unión Nacional de Cooperativas del Campo. Las Uniones Territoriales de Cooperativas (UTECO) lograron preservar un notable grado de autonomía frente a las Hermandades de Labradores de FET hasta, al menos, el final de los años cincuenta. Los sindicatos agrarios católicos, sobre todo en las provincias de mayor presencia del carlismo y/o tradición católico social, no sólo demoraron a lo largo de los años cuarenta la efectiva constitución de las Uniones sino que se resistieron a que los nuevos asociados, incorporados ya en la era de las UTECO, tuvieran representación efectiva en las asambleas y órganos rectores de éste cooperativismo empresarial de origen católico. Como concluye Emilio Majuelo, esta tensión entre Hermandades de FET y las Cooperativas católicas resulta una excelente evidencia "de la imposibilidad de implantar un aparato totalitario de partido sobre la sociedad ni tan siquiera en los primeros momentos del régimen franquista". La naturaleza contrarrevolucionaria del primer franquismo se impuso a la tentativa de fascistización de los primeros años cuarenta. La política agraria del franquismo cuenta con excelentes estudios entre los que cabe destacar la obra de Carlos Barciela. Buena parte de los estudiosos se han detenido en el análisis de la política de colonización y la política triguera. La primera, desarrollada desde el Instituto Nacional de Colonización, afectó únicamente a un 2% de la población activa rural (cerca de 60.000 colonos) adquiriendo medio millón de hectáreas. La colonización, con largos antecedentes en la historia española, fue un complemento de la política hidráulica y formó parte de un programa de reforma técnica agraria (junto a la concentración parcelaria o la extensión agraria) que pretendía un incremento de la productividad. Sin embargo, como señala Cristóbal Gómez Benito, el auge de la colonización y de la política de riegos durante los años cincuenta fue "disfuncional", es decir, llegó demasiado tarde pues coincidió con la crisis de la agricultura tradicional y el éxodo rural, beneficiando sobre todo a los grandes propietarios. Los magros resultados de la colonización llegaban después del estancamiento o incluso retroceso productivo provocado los desastres de la guerra civil pero también por la represión y el intervencionismo estatal (el control de precios) del sistema autárquico del primer franquismo, por lo que no pudo frenar el éxodo rural. El mantenimiento de la agricultura tradicional, así como el incremento de la producción olivarera crecientemente mecanizada, trajo consigo la expulsión masiva de población jornalera y campesina desde los años cuarenta en Andalucía oriental. Esta "hemorragia demográfica", en términos de Francisco Cobo y Teresa Ortega, dejó un saldo migratorio negativo de 200.000 habitantes en Andalucía durante los años cuarenta, 580.000 en la década de los cincuenta, y 840.000 durante los sesenta. De la totalidad de los emigrantes andaluces entre el final de la guerra civil y el tardofranquismo una cuarta parte provenía de las tierras jiennenses. En definitiva, la contrarrevolución franquista puso en marcha instrumentos como la represión, el control social desmovilizador y el intervencionismo autárquico del mercado productivo que, junto al éxodo rural (provocado en gran medida por esas políticas de la dictadura a pesar de los iniciales frenos de la retórica agrarista), pusieron fin a la "cuestión agraria" que había recorrido la historia contemporánea española desde la implantación del orden liberal moderado.

4. Carme Molinero (ed.), Mujer, represión y antifranquismo, 2004/2

Ricard Vinyes, "Sobre la destrucción y la memoria de las presas en las afueras de la prisión" Claudia Cabrero, "Espacios femeninos de lucha. Rebeldías cotidianas y otras formas de resistencia de las mujeres durante el primer franquismo" Mirta Núñez, "Tríptico de mujeres. De la mujer comprometida a la marginal" Mercedes Yusta, "Rebeldía individual, compromiso familiar, acción colectiva. Las mujeres en la resistencia al franquismo durante los años cuarenta" Angelina Puig i Valls, "Rojas. Militancia antifranquista a través de la literatura testimonial femenina" Sergio Rodríguez Tejada, "Compañeras: La militancia de las mujeres en el movimiento antifranquista en Valencia".
EGOHISTORIA Abdón Mateos, "Una historiadora entre dos continentes. Conversación con Clara E. Lida".
TEORÍA Santos Juliá, "Sobre paradigmas dominantes y modelos explicativos" Enrique Moradiellos, "Clío en el banquillo".
EL PASADO DEL PRESENTE Carlos Navajas, "La profesionalización de las Fuerzas Armadas durante la primera legislatura popular".
MISCELÁNEA Eduardo Ruiz Bautista, "La Vicesecretaría de Educación Popular, 1941-1945". La propaganda, de Madrid al suelo"
CRÓNICA "Crónica sobre el I Congreso de Historia del PCE, 1920-1977", por Felipe Nieto. LECTURA Enrique Moradiellos, La persistencia del pasado. Escritos sobre la historia, Cáceres, Universidad de Extremadura, 2004, 148 pp, por Miguel Ángel Melón Jiménez Francisco Sevillano Calero, Exterminio. El terror con Franco, Madrid, Oberon, 2004, 246 pp., por Ángeles Egido Ángel Herrerín, La CNT durante el franquismo. Clandestinidad y exilio (1939-1975), Madrid, Siglo XXI, 2004, pp., por Carme Molinero José Luis Ledesma, Los días de llamas de la revolución. Violencia y política en la retaguardia republicana de Zaragoza durante la Guerra Civil, Zaragoza, Institución Fernando el Católico, 2004, 362 pp., por Javier Rodrigo Cristóbal Gómez Benito (dir.) y Juan Carlos Gimeno, La colonización agraria en España y Aragón 1939-1975, Alberuela de Tubo, Ayuntamiento, 2003, por Carlos Criado Manso Jordi Gracia, La resistencia silenciosa. Fascismo y cultura en España, Barcelona, Anagrama, 2004, 405 pp., por Javier Muñoz Soro Hugh Trevor-Roper (edición e introducción), Las conversaciones privadas de Hitler, Barcelona, Crítica, 2004, 604 pp., por Enrique Moradiellos Enric Ucelay Dacal, El imperialismo catalán. Prat de la Riba, Cambó, D´Ors y la conquista moral de España, Barcelona, Edhasa, 2003, por Pedro Carlos González Cuevas Javier Tusell y Genoveva García Queipo de Llano, Tiempo de incertidumbre. Carlos Arias Navarro entre el franquismo y la Transición (1973-1976), Barcelona, Crítica, 2003, 392 pp., por José María Marín Arce Ángeles Egido y Matilde Eiroa (eds.), Los grandes olvidados. Los republicanos de izquierda en el exilio, Madrid, Centro de Investigación y Estudíos republicanos, 2004, 463 pp., por Ángel Herrerín Ángel Viñas, En las garras del águila. Los pactos con Estados Unidos, de Francisco Franco a Felipe González (1945-1995), Crítica, Barcelona, Crítica, 2003, 616 pp., por Rosa Pardo Introducción












MUJER, REPRESION Y ANTIFRANQUISMO, Carme Molinero









En los últimos años, lentamente, en los estudios sobre la época franquista emerge el sujeto femenino, hasta ahora oscurecido por la falta de focos dirigidos hacia sus actividades. En parte esa ausencia se puede explicar por el éxito de la política de género franquista, dirigida a recluir las mujeres en el ámbito doméstico, negándoles cualquier tipo de protagonismo en el espacio público. Una rápida ojeada a las investigaciones publicadas muestra que se ha dedicado una atención sobresaliente a la política oficial, así como a la Sección Femenina y a los discursos eclesiásticos respecto a la ubicación de las mujeres en la sociedad, todos ellos coincidentes porque nunca se repetirá suficiente que ambos poderes, coincidían plenamente en un modelo orgánico –jerarquizado y disciplinado- que tenía uno de sus fundamentos en la subordinación de la mujer y su marginación del espacio público. Evidentemente el modelo de mujer imperante durante la dictadura franquista ayuda a explicar la invisibilidad de las mujeres de esos años, pero no completamente y, como es bien sabido, la marginación de las mujeres no fue tarea exclusiva del franquismo. En relación a la temática de este expediente no es difícil encontrar en las memorias de los dirigentes políticos referencias a la imprescindibilidad de las tareas desarrolladas por mujeres para el éxito de la actividad clandestina. Entonces ¿cómo es posible que no aparezcan casi nunca cuando se estudian los núcleos militantes?; pues, básicamente, por dos tipos de razones complementarias: por un lado porque, aunque los discursos igualitaristas no desaparecieron después de 1939, en la práctica y en términos globales, las organizaciones antifranquistas no requirieron a las mujeres para tareas de responsabilidad, reservándoseles tareas logísticas y de solidaridad, que eran esenciales pero que no suponen inscribir el nombre propio en la historia, ni que sea con minúsculas. La segunda razón tiene que ver con la propia práctica historiográfica: en la poco abundante bibliografía sobre el antifranquismo político, éste es analizado casi siempre observando la cadena que va de las cúpulas dirigentes a los militantes de base, de las consignas estratégicas y tácticas a la acción, y no estudiando las redes que, desde abajo, se tejieron para hacer posible la acción clandestina. Si así se hiciera la presencia femenina aparecería con mucha más fuerza. El dossier que el lector tiene en las manos nació con la voluntad de recoger distintas investigaciones, inscritas en otras en muchos casos, referidas a la presencia femenina en el antifranquismo. La represión condicionó la militancia durante los primeros veinte años de forma esencial. El artículo de Ricard Vinyes permite distintas lecturas, según cuales sean los intereses del lector, pero en casi todas ellas aparece en primer plano la mayor crueldad de la reclusión y la excarcelación femenina, así como la discriminación a la que se vieron sometidas las militantes en relación a sus compañeros masculinos. El autor analiza la frustración que muchas resistentes experimentaron al recuperar la libertad y relaciona aquel sentimiento, que puede parecer paradójico, por un lado, con el control social al que se vieron sometidas, muy duro teniendo en cuenta la desestructuración emocional en la que se hallaban; por otro, aquel sentimiento se relaciona con las formas de actuación de las organizaciones clandestinas, incapaces de reintegrar –más allá de las tareas logísticas- a unas militantes que habían dejado parte de su vida en la lucha política y que, después, se sintieron marginadas y menospreciadas en muchos casos sencillamente por ser mujeres. En definitiva, Vinyes nos aporta nuevos elementos para comprender la mayor eficiencia de la cárcel en sus arrabales que en el interior de sus muros; también que ello comportó el hundimiento de la generación política que vivió los años de la II República y la guerra civil como una etapa en que, por primera vez, las mujeres tenían la oportunidad de acercarse a los centros de decisión. El autor sugiere que, sin embargo, la voluntad de muchas de ellas de mantener su identidad política, las ha convertido en unos de los pilares fundamentales para la recuperación de la memoria de los vencidos que se está produciendo en los últimos años. Angelina Puig se acerca a la militancia antifranquista a través de la literatura testimonial femenina y organiza su texto en cuatro apartados cuyo argumento viene a coincidir parcialmente con el expuesto por Ricard Vinyes: las militantes fueron ignoradas, subalternas, pero también protagonistas y, finalmente, relegadas. A través de esa literatura testimonial Puig argumenta que, lejos de la subalternidad que se les atribuye, las actividades de las mujeres fueron esenciales para la misma existencia de la resistencia antifranquista; sin su participación no hubiera habido organización política en la cárcel, no se hubieran mantenido las guerrillas y la organización política en la calle hubiera tenido muchas dificultades parar resistir clandestinamente. Con una de las dos citas de la entrada del artículo, la autora se refiere a la falta de reconocimiento como uno de los factores que explican la escasa atención dedicada hasta ahora a la participación de las mujeres en la lucha contra la dictadura y en la movilización social alternativa. Ese es uno de los puntos que aparecen con mayor amargura en la memoria militante femenina. De este texto, como de otros del expediente, se puede deducir nuevamente que a Teresa Cuevas le deben un agradecimiento infinito los historiadores y cualquier persona celosa de la conservación de la memoria de la postguerra. Mirta Núñez Diaz-Balart analiza el universo carcelario en el que aparecen tres categorías básicas de mujeres: la militante política, la que va a parar a la cárcel directa o indirectamente por su relación familiar con un perseguido, y la mujer marginal, fundamentalmente vinculada a la prostitución. La autora se refiere a la práctica franquista de mezclar presas políticas y comunes con el objetivo de humillar a las primeras, y desposeerlas de su dignidad como personas, lo que comportó que las mujeres que fueron a parar a las cárceles a causa de su ideología o su pertenencia a los vencidos represaliados, tuvieran que abrir un nuevo frente de lucha en defensa de su identidad. El interior de las cárceles se convirtió así en un espacio de resistencia y afirmación política de las reclusas. Pero la lucha contra la dictadura exigía el compromiso de antiguas y nuevas militantes en los frentes que fue posible abrir en aquellos años. Teniendo en cuenta el contexto interior –represión y ocupación militar del territorio: no olvidemos que el estado de guerra estuvo vigente hasta 1948- y el contexto exterior –desarrollo de la II Guerra Mundial- se entiende perfectamente la importancia de la resistencia armada en los años centrales de la década de los cuarenta. Como señala Mercedes Yusta en su texto, las monografías sobre las guerrillas han aumentado extraordinariamente en los últimos años, aunque todavía no existe ninguna dedicada exclusivamente a las guerrilleras españolas. Su artículo se acerca a la cuestión desde dos planos distintos: la participación femenina directa en la resistencia política y, por otra parte, en el conjunto de actividades periféricas a aquélla pero sin las cuales no sería posible. Nadie debería poner en cuestión ya, como señaló Temma Kaplan hace bastantes años, que la extensión al ámbito público de las responsabilidades privadas de las mujeres se convirtió en muchas ocasiones en motor de la acción política que en la práctica desarrollaron. En cualquier caso y en lo que a la lucha armada se refiere Yusta muestra la tendencia, tanto por parte de las fuerzas represivas como por los propios guerrilleros, a mezclar en las tareas desempeñadas por las mujeres lo doméstico con lo político, lo que tenía como consecuencia hacer más vulnerables a las mujeres ante la represión. También incide el trabajo de la autora en la diversidad de trayectorias seguidas en el entorno guerrillero respecto a las mujeres dispuestas a "echarse al monte"; en los núcleos estrechamente vinculados al ‘ejército guerrillero’, articulado principalmente por el PCE, se dio un rechazo a la incorporación de las mujeres, partiendo de planteamientos ‘militares’, tradicionalmente misóginos. Contrariamente, donde las organizaciones clandestinas no eran capaces de determinar el comportamiento de los grupos guerrilleros, algunas mujeres pudieron participar en la acción armada, a la que llegaron casi siempre a través de la relación familiar o sentimental, pero que convirtieron aquella lucha en parte de su identidad. Un régimen como el franquista, que pretendía controlar toda la vida social, convertía muchas formas de rebeldía vinculadas a la cotidianidad en actos de resistencia al poder impuesto porque, como señaló Ian Kershaw es la naturaleza del poder la que determina la naturaleza de la resistencia: si la dominación que se pretende es total, es el mismo poder el que convierte en resistencia determinadas acciones poco significativas en otros contextos. Claudia Cabrero muestra cómo la dificultad de hacer frente a las necesidades familiares lleva a muchas mujeres a rebelarse contra un régimen que, al tiempo que las encierra en su papel de garantes de la supervivencia diaria, les impide desarrollar las funciones que les exige. Ciertamente, que la mayor parte de las mujeres estuvieran dedicadas al mantenimiento familiar no quiere decir que no actuaran sobre el espacio público; como la autora señala las mujeres protagonizaron múltiples y diversos incidentes vinculados a la política de abastos franquista, que constituían protestas tanto de carácter económico como político y una defensa de su derecho a intervenir en la vida pública en nombre de las necesidades familiares. De la lectura política de aquellas protestas eran conscientes tanto las organizaciones clandestinas –que estimularon la participación en los alborotos cotidianos ante la inconsistencia del racionamiento y la mala calidad de los alimentos- como los dirigentes franquistas, que veían en esas acciones la plasmación de un extenso malestar popular traducible políticamente si se dieran las condiciones oportunas. Cabrero proclama, como una parte de los estudios sobre las mujeres reclama con insistencia, la necesidad urgente de adoptar una acepción más amplia del concepto resistencia, que integre el conjunto de aspectos imprescindibles para la acción opositora; ello haría emerger el protagonismo femenino en las actividades subversivas. Situados ya en los años sesenta y setenta evidentemente la participación de las mujeres en el tejido antifranquista creció, como creció la masculina. En los últimos años se está haciendo un esfuerzo muy importante para recoger la memoria de las activistas sindicales a las que, hasta hace poco, apenas se les había dedicado atención. Contrariamente apenas se ha dedicado atención a las militantes en el movimiento estudiantil, cuando en realidad el paso por la universidad fue esencial para miles de mujeres que en aquellos años impulsaron a la vez que se beneficiaron del proceso de cambio en la representación de lo que era aceptable socialmente en la identidad femenina. Los trabajos aquí recogidos confirman que se están dando pasos firmes en el estudio de la presencia y protagonismo femenino en la lucha contra el franquismo, pero el camino que queda por recorrer es todavía muy largo. Esperemos que este expediente contribuya a poner el tema sobre la mesa.




5. Javier Muñoz Soro (ed.), Intelectuales y segundo franquismo, 2005/1
Editorial. Javier Tusell y la construcción historiográfica del siglo XX, por Abdón Mateos
EXPEDIENTE
Javier Muñoz Soro (ed.), Intelectuales y franquismo: un debate abierto Jordi Gracia, Acotaciones a un debate /1 Santos Juliá, Acotaciones a un debate /2 Francisco Sevillano, Acotaciones a un debate /3 Feliciano Montero, Los intelectuales católicos, del colaboracionismo al antifranquismo, 1951-1969 Elías Díaz, La reconstrucción del pensamiento democrático bajo (contra) el régimen franquista Annelies van Noortwijk, Triunfo y la reivindicación de la identidad cultural española dentro de la modernidad, 1962-1976 Francisco Rojas, Una editorial para los nuevos tiempos: Ciencia Nueva, 1965-1970 Carlos Aragüez, Intelectuales y cine en el segundo franquismo: de las Conversaciones de Salamanca al nuevo cine español. HISTORIOGRAFÍA Javier Muñoz Soro, Spagna contemporanea: un puente entre dos historiografías Xavier Domènech Sampere, Paradigmas dominantes y realidades textuales.
EL PASADO DEL PRESENTE Lorenzo Delgado Gómez-Escalonilla, El "error Aznar", o las consecuencias de secundar el unilateralismo de Estados Unidos.
MISCELÁNEA Antonieta Jarne, Vencidos y pobres en la Cataluña rural: la subsistencia intervenida en la posguerra franquista.
CRÓNICA III Congreso sobre el republicanismo: los exilios en España (siglos XIX y XX), por Aurea Vidal y Mónica Fernández.
LECTURA Sandra Souto Krustín, Y ¿Madrid? ¿Qué hace Madrid? Movimiento revolucionario y acción colectiva (1933-1936), por Nigel Towson Sandie Holguín, República de ciudadanos. Cultura e identidad nacional en la España republicana, por Alejandro Quiroga Abdón Mateos, De la guerra civil al exilio. Los republicanos españoles y México. Indalecio Prieto y Lázaro Cárdenas, por Inmaculada Cordero Julio Prada Rodríguez, Ourense, 1936-1939. Alzamento, guerra e represión, por Emilio Grandío Xavier Moreno Julià, La División Azul. Sangre española en Rusia, por Carme Agustí Pablo Gil Vico, La noche de los generales. Militares y represión en el régimen de Franco; Gonzalo Acosta; José Luis Gutiérrez; Lola Martínez, y Ángel del Río, El canal de los presos (1940-1962). Trabajos forzados: de la represión política a la explotación económica, por Javier Rodrigo Ricard Vinyes, El daño y la memoria. Las prisiones de María Salvo, por Nadia Varo José Álvarez Cobelas, Envenenados de cuerpo y alma. La oposición universitaria al franquismo en Madrid (1939-1970), por Javier Muñoz Soro Pere Ysàs, Disidencia y subversión. La lucha del régimen franquista por su supervivencia, 1960-1975, por Feliciano Montero Krzysztof Ruchniewicz y Stefan Troebst (eds.), Diktaturbewältigung und nationale Selbstvergewisserung. Geschichtskulturen in Polen und Spanien im Vergleich, por Andreas Stucki Álvaro Soto Carmona, ¿Atado y bien atado?. Institucionalización y crisis del franquismo, por David Sánchez Cornejo.

Editorial












Javier Tusell y la construcción historiográfica de la España del siglo XX, Abdón Mateos













La decisiva y prolífica labor historiográfica de Javier Tusell durante cerca de cuarenta años ha estado marcada, sin duda, por la reivindicación de la historia política (incluyendo las relaciones internacionales), por el estudio del papel del individuo y por el afán de localización de nuevas fuentes primarias, a menudo archivos privados, que permitieran desplazar la frontera de la historiografía a etapas cada vez más recientes. Durante los años setenta, esta renovación de la historia política y el énfasis en la posibilidad historiográfica del estudio de lo muy contemporáneo intentaba contrapesar la hegemonía de la escuela de Annales y del marxismo que no sólo condenaban lo individual y lo político sino el abordaje de lo más contemporáneo como una tarea científicamente poco presentable. Por aquel entonces, las preguntas centrales de la historiografía contemporaneísta española fueron dos: por qué no había sido capaz de evolucionar la monarquía constitucional de la España liberal a una verdadera democracia y por qué los españoles se habían terminado matando entre ellos tras la primera experiencia democrática de la Segunda República. Javier Tusell ha estado activo como historiador durante cuatro decenios. A partir de la segunda mitad de los años sesenta, con la obtención de las licenciaturas en Filosofía y Letras y Ciencias Políticas, se interesó, en primer lugar, en un aspecto de la sociología política como eran los estudios electorales de carácter retrospectivo. De hecho su memoria de licenciatura publicada en 1969, en lo que iba a ser su primer libro de una larga lista que comprende casi un centenar de títulos, fue titulado Sociología electoral de Madrid, 1903-1931. Esta obra sería seguida por otras monografías sobre las elecciones de los años treinta en colaboración con Genoveva García, Octavio Ruiz y Manuel Coma. Con ocasión del Primer Encuentro hispano-mexicano de científicos sociales, celebrado en México en febrero de 1978, poco después del establecimiento de relaciones diplomáticas entre la república mexicana y la monarquía española, Javier Tusell, jovencísimo catedrático en la Universidad de Valencia y presidente del Instituto de Asistencia al Estudiante del Ministerio de Educación, se hizo cargo de la coordinación del grupo español presidido por Alfonso García Valdecasas, de la Academia de Ciencias Morales y Políticas. En la presentación de la sesión dedicada a la Historia en las Jornadas, Tusell aludía a que durante tres décadas los historiadores españoles se dedicaron al estudio de la España liberal, frente a la fobia franquista: «tratando de recuperar el siglo XIX liberal, anatematizado por la ortodoxia oficial. La recuperación significó [...] una crítica al franquismo». Al mismo tiempo, como ya había revelado su pionero trabajo La oposición democrática al franquismo, galardonado con el premio Espejo de España de la editorial Planeta, afirmaba la existencia de «una gran preocupación por el estudio del régimen franquista» aunque todavía desde el ensayismo, el periodismo o las ciencias sociales más que desde la historiografía. La preocupación por la historia de la democracia en España había sido la motivación intelectual de su tesis doctoral, publicada en 1976 con el título de Oligarquía y caciquismo en Andalucía, con prólogo de José María Jover, con la que obtuvo el Premio Nacional de Literatura en la modalidad de ensayo. Para entonces Javier Tusell había derivado sus intereses profesionales desde la sociología electoral retrospectiva hacia la nueva historia política, con la pregunta central de por qué el sufragio universal reintroducido en 1890 no condujo hacia la democracia el régimen monárquico constitucional de la España liberal decimonónica. Como recordaría años después en un breve librito egohistórico: «...en el fondo, quería que hubiese elecciones en España; digamos que este tipo de estudios fueron fruto de esa situación política en que se encontraba España bajo la dictadura de Franco [...] Aquellos temas abordaban una España del pasado reciente que no era democrática, pero que era liberal y en la que, en el fondo, había unas libertades de expresión y de asociación que en la España de Franco no se estaban dando. La conclusión a la que llegabas era que lo excepcional en la historia de España era la guerra civil [...] No se trataba de un país que se condujera indefectiblemente hacia el estallido de la guerra, sino más bien lo contrario. Esas dos Españas podían haber convivido perfectamente». Su director de la tesis de doctorado y maestro de historiadores, José María Jover, afirmó que Oligarquía y caciquismo era hasta ese momento la obra más reposada de Tusell, rindiendo un homenaje de la generación más veterana de historiadores marcados por la vivencia de la guerra civil que todavía veían al reinado de Alfonso XIII, pese a no haberlo vivido, como historia actual, situando hacia 1870 el momento parteaguas de la historia contemporánea. En el momento del final del franquismo, como a menudo recordó Javier Tusell, no sólo era extravagante escoger un tema de historia de las elecciones en la España liberal como tema de doctorado, sino que los años treinta estaban excluidos, por razones políticas pero sobre todo por la dificultad del acceso a las fuentes de archivo, de la investigación académica en España. Por ejemplo, en la introducción a su libro La segunda república en Madrid: elecciones y partidos políticos (1970), afirmaba que «la época de la segunda república constituye, indudablemente, un período histórico de la máxima importancia para la comprensión de la España actual. Por eso precisamente todavía estamos muy lejos de poder considerarla desde unos puntos de vista estrictamente científicos». Dado su compromiso democristiano antifranquista, a través del grupo aglutinado por José María Gil Robles, y su posterior vinculación con la coalición Unión de Centro Democrático (UCD), el joven profesor Tusell asumió una posición muy combativa política e historiográficamente, criticando el énfasis excesivo en la historia del movimiento obrero o el antifranquismo retrospectivo: «La historia contemporánea padece en España una fuerte ideologización que, vale la pena subrayarlo, proviene no sólo del franquismo sino también del marxismo. Pero sobre todas las cosas, carece de una teoría social; en otras palabras está ayuna de hipótesis globales». A comienzos de los años ochenta, tras unos años de gestión en la política cultural de UCD, el profesor Tusell regresó felizmente a la actividad docente, trasladándose a la Universidad Nacional de Educación a Distancia (UNED), y anunciando el propósito de impulsar el estudio historiográfico de la dictadura franquista, cuyos primeros avances eran sus monografías dedicadas a la oposición democrática hasta 1962 o el largo estudio biográfico acerca de Luis Araquistáin, como introducción a una antología de sus escritos en el exilio. Esta decisión de desplazar la frontera de la contemporaneidad española al tiempo de la dictadura franquista fue recibida con escepticismo por colegas de la talla de Juan Pablo Fusi o José Varela Ortega, pues éstos creían que un programa investigador sobre esos años era demasiado prematuro. Sin embargo, en esos mismos momentos, otros especialistas como Ángel Viñas también reclamaban el abordaje de la historia del franquismo en tres líneas principales: la oposición, la política exterior y los aparatos de poder. Este programa investigador sobre la historia del tiempo presente fue avanzado con la publicación en 1984 de un libro decisivo sobre el primer franquismo y la familia nacional-católica, Franco y los católicos. La política interior española entre 1945 y 1957. Con esta pionera obra de Javier Tusell sobre el primer franquismo se desplazaba la frontera de la historiografía a los años cincuenta del siglo XX antes de que fuera conmemorado por los historiadores el cincuentenario de la guerra civil. A partir de entonces, durante los siguientes veinte años, Javier Tusell y tres generaciones de historiadores han conquistado para la historiografía los años de la dictadura franquista y de la transición a la democracia, aunque hayan predominado las monografías acerca del primer franquismo y los años del final de la dictadura sigan siendo mal conocidos. Un tiempo que sigue constituyendo la historia de la España del presente, como lo demuestran la perduración del debate político acerca de ese pasado, así como los homenajes y las reparaciones a las víctimas de la guerra civil y del franquismo. El expediente de la revista está dedicado al tema Intelectuales y segundo franquismo, que en origen fueron unas jornadas organizadas por la UNED y el CIHDE en diciembre de 2004, con ocasión del nuevo programa de doctorado Dictadura y democracia en España, a las que no pudo asistir en persona pero que es el título de su último libro. Desde la revista Historia del Presente rendimos homenaje a quien fuera maestro de muchos de nosotros y presidente del comité científico de la misma, desaparecido prematuramente en pleno apogeo de su itinerario intelectual.























Intelectuales y franquismo: un debate abierto, Javier Muñoz Soro













Las Jornadas sobre "Intelectuales y franquismo: los nuevos maestros", organizadas por la UNED y el Centro de Investigaciones Históricas de la Democracia Española (CIHDE) y celebradas los días 16 y 17 del pasado mes de diciembre en Madrid, pusieron de manifiesto que el tema no es baladí y que su interés parece trascender el mero estudio de los intelectuales para entrar de lleno en el ámbito de la historia política, social y cultural de la dictadura, y del proceso de transición hacia la democracia. En otras palabras, los historiadores que se han ocupado recientemente del tema parecen buscar en él algunas de las claves que expliquen o nos ayuden a comprender mejor no sólo la relevancia de la actividad intelectual durante, con y contra el franquismo, sino también las raíces de nuestra cultura democrática presente. Así se hace, de manera explícita, en dos obras fundamentales y renovadoras de nuestra historia cultural publicadas recientemente, La resistencia silenciosa, de Jordi Gracia, e Historias de las dos Españas, de Santos Juliá. De ahí que la anterior polémica en torno al supuesto "erial" de la cultura franquista haya quedado superada, o mejor dicho englobada, por un debate con menos connotaciones políticas, más académico, que no contrapone opiniones opuestas ni "excluyentes", por utilizar una terminología muy propia del tema. Y por supuesto con menos connotaciones personales que otras disputas bastante enconadas que le han precedido en torno a las figuras de Ortega y Gasset ("maestro en el erial" en un libro de Gregorio Morán), y de Aranguren ("delator franquista" en la polémica que tuvo lugar en las páginas de El País durante el verano de 1999, con intervención de Javier Marías, la familia Aranguren, Javier Muguerza y Elías Díaz, y que puede consultarse completa en la página web www.filosofia.org). Disputas que vienen de lejos –de las críticas de Alfonso Sastre a la "escuela de Madrid" de Julián Marías y los orteguianos, o las de Francisco Umbral a los "laínes" en La leyenda del césar visionario, o de la Literatura fascista española de Julio Rodríguez Puértolas– y que confirman, aparte del consabido narcisismo intelectual, la trascendencia no sólo historiográfica de la cuestión que aquí tratamos. Santos Juliá y Jordi Gracia, al igual que otros autores que en el debate han participado, en particular Javier Pradera, Elías Díaz, Feliciano Montero, Alicia Alted o Abdón Mateos, están de acuerdo en muchas cosas, seguramente las fundamentales. A nadie –a menos que escriba en ABC– se le ocurre hoy poner en duda que la guerra y la represión de una larga posguerra supusieron una ruptura neta, tan profunda como duradera, sin parangón en la Europa contemporánea, ni siquiera entre los regímenes fascistas que no necesitaron de una contienda bélica para imponerse. La guerra, como su mismo nombre indica, fue "civil", es decir, el tercer contendiente fue la población y, en un lugar muy destacado, los intelectuales y el mundo de la cultura. Miles de maestros, profesores, escritores, artistas, técnicos y científicos pagaron con su vida, con la cárcel o con el exilio su defensa de esa "República de los intelectuales" que para los vencedores y para la Iglesia católica, igualmente vencedora, había sido la gran culpable de los males patrios y verdadera encarnación de la "Anti-España". A partir de ahí unos, como Santos Juliá o Javier Pradera, ponen el acento en las rupturas y los fracasos, en los "grandes relatos" por usar la terminología de Lyotard; otros, como Jordi Gracia y Elías Díaz, en las continuidades con el pasado que pueden rastrearse tras esa indudable ruptura, señales del futuro porvenir, "pequeños relatos" que coexistieron con aquellas otras interpretaciones esencialistas, metafísicas y cargadas de retórica de la historia de España, sin duda alguna hegemónicas durante los primeros veinte años de la dictadura. En las líneas siguientes vamos a intentar explicitar y definir los puntos fundamentales de la polémica, lo que nos llevará a fijarnos en los desacuerdos, como es lógico, por mucho que éstos sean en último término, repetimos, menos significativos que los acuerdos sobre la interpretación general del periodo. Y el desacuerdo empezó en las Jornadas por cuestiones nominales, desde la misma referencia a los "nuevos maestros" presente en el título, hasta la conjunción copulativa entre los dos términos de la mesa redonda "Continuidad y ruptura de la tradición liberal", que para algunos debía ser sustituida por la disyuntiva "o". Se apuntó entonces la necesidad de integrar ambos fenómenos, la ruptura y la continuidad, en un único modelo epistemológico que ayude a interpretar el cambio histórico, porque bajo la apariencia banal de esas conjunciones se esconde, de hecho, el sentido de las distintas interpretaciones. Jordi Gracia afirma en su libro que «defiendo la subsistencia de la tradición liberal, cohibida y escondida, como fundamento del futuro», cuya resurrección «coincide con el desahucio intelectual y biológico de una cultura fascista», que sitúa a mediados de los años cincuenta. Las pruebas que aporta, los datos y citas que trae a colación, sacados en particular de las revistas de los jóvenes falangistas y del SEU como Alcalá, La Hora, Alférez, Acento Cultural o Laye, son apabullantes. Así lo admite Javier Pradera, quien, sin embargo, no se reconoce en ese retrato de época, como ha declarado públicamente al diario El País y en otro seminario organizado el pasado mes de diciembre por la Fundación Pablo Iglesias en Madrid. Para los de su generación, la del 56, opina Pradera que esos que Gracia llama «liberales desarbolados», en especial Ortega, eran ya poco más que fantasmas –o simples fantoches, como Marañón– y poco contaron en la formación y menos aún en los proyectos de futuro de unos jóvenes recién convertidos al marxismo. El problema está, según Pradera, en que esa «gestualidad cultural, estética, ética y aún estilística» que Gracia ha buscado por doquier no sería mucho más que eso, gestos insignificantes ante la brutalidad y la omnipresencia totalitaria de una cultura fascista y católica que arrasó todo, todo, y que por eso cuando su fracaso se hizo evidente no pudo dejar más que el vacío. El mismo que encontraron en 1956 esos jóvenes que escribían en las revistas del SEU, socializados en el fascismo y el catolicismo de sus padres y hermanos mayores. Pradera no ve esos «avisos capaces de notificar la supervivencia de una mentalidad ajena al nuevo lenguaje y a los usos del nuevo poder», y aún admitiendo que existieran realmente, no cree que provinieran o llegaran más que a una reducidísima minoría ilustrada, la de unos de pocos cachorros de la "revolución pendiente" tolerados por el régimen, y que en ningún caso significativo tales avisos formaron el hilo de una continuidad que afloraría de las ruinas del sueño totalitario, a partir de 1956. Santos Juliá es, en términos generales, de la misma opinión. La recuperación de Ortega o Machado por la vanguardia falangista reunida en torno a Escorial, es decir, los Dionisio Ridruejo, Laín Entralgo, Antonio Tovar, Aranguren, Torrente Ballester o José Antonio Maravall, era parcial e interesada, pues estaba al servicio de un proyecto nacionalista y cultural de "alta manera". El único que mereció realmente en España el nombre de "fascista", semejante al intentado por Gentile en los primeros años de la Italia fascista: se trataba de asimilar al enemigo una vez vencido por las armas y de incorporar lo que ellos, y sólo ellos, los intelectuales fascistas, consideraban positivo –es decir, útil a su proyecto político de Nuevo Estado– para incorporarlo al acervo nacional. El pensamiento de aquellos viejos maestros liberales quedaba despojado, por tanto, de sus elementos "disgregadores", opuestos a la doctrina católica, "perniciosos" para la nueva juventud española y de cualquier carga política. O, lo que es lo mismo, de sus aspectos precisamente más liberales. No habría sido otra cosa, como reconoció el más lúcido y honesto de aquellos hombres, Dionisio Ridruejo, que «una farsa, un falso testimonio, un ardid de gentes aprovechadas que querían sumar y con la suma legitimar la causa a la que servían y cuyo reverso era el terror». Incluso cuando cayó bajo las bombas la utopía imperial de crear un nuevo orden europeo, después de 1945, y ese proyecto ya no pudo presentarse como fascista, en la España como problema de Laín, de 1949, o en el proyecto "comprensivo" auspiciado por Joaquín Ruiz-Giménez en el Ministerio de Educación Nacional desde 1951, no latía tampoco el liberalismo, sino la voluntad de integrar al vencido y al exiliado en la gran empresa nacional, aunque ahora se tratara de comprender sus razones. Lo cual, tampoco hay que olvidarlo, no era poco para los tiempos que corrían y a la vista del amplio frente de los "excluyentes", pero en ningún caso suponía renunciar a que dicha integración se llevara a cabo dentro del régimen nacido el 18 de julio y bajo la guía del Caudillo victorioso. Hizo falta un nuevo fracaso, en esta segunda experiencia de poder, para que el grupo de falangistas católicos procedente de Escorial o de sus aledaños se dispersara y emprendiera caminos diferentes en sus respectivas conversiones personales, que les acabaron llevando a la oposición ya en los años sesenta. En palabras de Santos Juliá, «fue entonces, pero sólo entonces, cuando los arrojados [del poder] comenzaron a hablar, primero con reticencias y luego abiertamente un lenguaje de democracia y probaron a ser, por primera vez, intelectuales en el sentido original del vocablo: gentes que participan en el debate público con las únicas armas de la palabra y la escritura». No habría habido, por tanto, ese renacimiento descrito por Jordi Gracia de una tradición liberal hibernada durante largos años, que ha dejado sólo rastros mínimos, aunque numerosos, en el ámbito de lo privado, de lo familiar, del círculo de amigos, de las lecturas a escondidas o de referencias públicas toleradas sólo en medios escritos de muy limitada circulación, absolutamente integrados en el sistema y ni siquiera sometidos a censura previa. Tampoco los jóvenes del 56 habrían tenido maestros en los que reconocerse, ante el patético espectáculo de la traición o del miedo inmovilizante de los viejos maestros, de los "abuelos" del 98 como Unamuno, Baroja o Azorín, y de los "padres" como Ortega, Marañón o Pérez de Ayala, y comprobada la falsedad y la retórica estéril de la generación precedente, la del 36, la de sus "hermanos mayores", en contraste con la escuálida realidad circundante. Procedentes de familias que pertenecían al bando ganador en la guerra, socializados en el fascismo y el catolicismo más intransigente, aislados del resto del mundo, esos jóvenes ni siquiera podían buscar sus maestros entre los que habían abandonado el país y seguían produciendo en el exilio. Sólo el inapelable fracaso cultural y también económico del franquismo, eso sí, fuertemente afianzado tras los éxitos diplomáticos de 1953, habría llevado por un lado a los expulsados del poder a tomar conciencia no sólo de su derrota, sino del verdadero carácter del régimen al que habían servido hasta entonces, conduciéndolos antes o después hacia la democracia. Mientras, por el otro lado, aupaba al poder a los tecnócratas del Opus Dei, más interesados en controlar la política económica que en disputar la batalla cultural, como hasta entonces habían hecho siempre los católicos (o puede ser también que sólo se retiraran a sus "cuarteles de invierno", el Estudio General de Navarra, en la cuna del tradicionalismo, para acometer desde allí un día la reconquista espiritual de España). Ambos procesos, cada uno por su lado, dejaron huérfanos a los jóvenes universitarios que, desarbolado el SEU, abandonarán con prisa su identidad falangista y buscarán una nueva en otra parte, sobre todo en el marxismo, ahora sí con la ayuda del PCE y de otras organizaciones históricas del antifranquismo. O bien tratarán de hacer compatible su identidad católica con los nuevos compromisos políticos, en un recorrido difícil como veremos y que casi siempre condujo a la secularización. En suma, 1956, fecha clave en esta historia, habría marcado el fin de los "grandes relatos" del pasado, dando paso a un paradójico proceso paralelo de secularización del discurso político, en el poder con la legitimación tecnocrática del "Estado de obras" y del "fin de las ideologías", en la oposición con el lenguaje de la democracia, el Estado de Derecho y los derechos humanos, el mejor antídoto que exista contra semejantes filosofías de la historia. Santos Juliá ha construido él mismo un gran relato de la historia intelectual durante el franquismo que parece tener pocas fisuras, pero que, al mismo tiempo, deja poco espacio a otras pequeñas historias quizás compatibles con ese relato principal. Jordi Gracia no cree que la ruptura de la guerra fuera absoluta, pues supondría reconocer el éxito del Estado totalitario en su misión: lo ha intentado, pero no lo ha conseguido. Ni que lo fuera tampoco el aislamiento, y cita a Francisco Ayala, quien se asombraba de que «la juventud española, criada en el secuestro de un régimen deseoso de aislarla bajo su campana neumática, se muestre no obstante sintonizada, nadie sabe mediante qué mecanismo generacional, con la juventud de los demás países europeos». Los jóvenes que escribían en las revista del SEU leían a Ortega y Machado, pero también a Sartre, Simone de Beauvoir, Piscator, Brecht, Faulkner o Capote, y por ejemplo Recalde, como sabemos por sus recién publicadas memorias, estaba bien informado a mediados de los años cincuenta del pensamiento católico francés, desde Charles Péguy, François Mauriac o Paul Claudel hasta Bernanos, Maritain y Mounier. Argumentar el carácter minoritario y elitista de esos grupos, algo habitual en la historia intelectual, es un arma de doble filo, pues sirve lo mismo para relativizar el alcance de otros fenómenos, como las propias movilizaciones universitarias de 1954-1956 (cuyas consecuencias, sin embargo, sabemos hoy que fueron mucho más trascendentales de lo pudo parecer entonces). «¿Por qué me empeño en demostrar y presentar datos dispersos de que hubo una pervivencia del liberalismo, de la modernidad, incluso en los años más oscuros del régimen?». Jordi Gracia sale al paso de quienes puedan pensar que ha realizado un ejercicio minimalista, brillante pero inútil, contestándose a sí mismo: porque la exploración de esas formas pequeñas, ocultas, clandestinas, en un periodo de hegemonía fascista, muestra que no todos «han perdido la cabeza», que no han olvidado todo lo que aprendieron antes de la guerra, que han vivido en los años treinta, que no se han vuelto «cafres automáticos» y son gente que ha tenido que callarse o someterse ante un estado totalitario que no permite ninguna discrepancia. Y porque quiere saber de dónde salieron algunos «talentos indiscutibles», pese a formarse en la «miserable universidad franquista», que van desde los pintores abstractos, los arquitectos y los escultores, a los literatos de los años 50. Y, se podría añadir, porque el fracaso de los proyectos de una vanguardia intelectual, falangista o católica que fuera, no explican la enorme eclosión cultural que tuvo lugar a partir de la fatídica fecha de 1956, que llevó en los diez años siguientes a la aparición de numerosas editoriales, revistas y otros medios de acción cultural. La hipótesis de la continuidad liberal depende, por supuesto, del sentido que demos a ese término, "liberal", y en ese sentido el mayor acierto de Jordi Gracia –y, simétricamente, quizás una de las debilidades del relato de Santos Juliá– es ampliar su sentido hasta los límites de otro concepto, el de "modernidad". Modernidad y liberalismo son cosas diferentes: sabemos por ejemplo cómo el fascismo italiano del ventennio tuvo un proyecto de modernidad, sostenido por los futuristas, y pudo crear obras todavía hoy tan modernas como la casa del partido de Como. Pero es cierto, por una parte, que la contradicción entre ambos términos se tenía que plantear antes o después, como acabó ocurriendo en Italia, y por otra, que el franquismo no nació sino de un proyecto reaccionario y de ruptura explícita con la modernidad. La fe ciega de la cineasta Leni Riefenstahl en su Führer no pudo evitar que le asaltaran las dudas mientras visitaba la penosa exposición de arte germánico, puro kitsch en comparación con las obras maestras arrinconadas en una sala de "arte degenerado", pues si alguien se equivocaba tanto en arte, podía hacerlo también en política. El (re)surgimiento del arte informalista a finales de los años cuarenta, con el apoyo directo de Falange, los primeros edificios que retomaban de algún modo el movimiento moderno, ya en los cincuenta (el de Sindicatos, de Cabrero), o la literatura que hablaba de miseria o incluso de la guerra, como El Jarama, eran señales de que el pasado no había podido ser enterrado y de que no podía mantenerse aislado del mundo exterior a toda una nación. Eran pues, en palabras de Jordi Gracia, «las puntas visibles de lo que está siendo una transformación interna de minorías, de elites, de circuitos intelectuales», y de lo que «diez años después empezará a ser un intento de articulación bien armado de una resistencia intelectual ya no sólo al franquismo, sino al anacronismo, a la aberración intelectual». El desacuerdo en este punto parece difícil de salvar, pues Santos Juliá se muestra tajante al afirmar que: «...la tradición liberal no pudo ser retomada por los liberales, atenazados de por vida por su dramática experiencia, ni fue continuada por sus ‘comprensivos’ lectores de los años cuarenta y primeros cincuenta, que rompieron consciente y voluntariamente con esa tradición, frecuentada por ellos en sus años mozos, y pretendieron poner en su lugar una nueva versión, pasada en un primer momento por el fascismo, luego por un falangismo aristocratizante, de la unidad cultural española, católica en su médula, integradora por absorción del contrario en su meta final». Tanto que «la aparición de una cultura política democrática en España no fue el resultado del crecimiento y desarrollo de una tradición liberal sino del fracaso de una política unitaria a cargo de destacados falangistas», cuya cultura política «llegó a ser democrática sin haber sido previamente liberal». En su acotación al debate, Santos Juliá precisa con razón que una obra de arte, por sí misma, no es ni deja de ser liberal. Quizás para entender la función de la modernidad en este proceso hay que diferenciar, como hace Francisco Sevillano Calero en estas mismas páginas, entre "política cultural" y "productos culturales", asumiendo la autonomía y la tensión entre ambos términos, igual que entender aquí la función del liberalismo requiere distinguir entre "disidencia" (externa) y "disenso" (interno). Es evidente que el franquismo no albergó en su seno ninguna clase de proyectos ni veleidades liberales; sí pudo en cambio –autores como Alfonso Botti han demostrado que había bases para ello– albergar proyectos de modernización. Unos fracasaron ante el reaccionarismo cuartelario y clerical del franquismo: el proyecto político y cultural del sector falangista y católico de los "comprensivos"; otro tuvo éxito tardíamente: el económico de los tecnócratas opusdeístas. La China actual demuestra la posibilidad de sobrevivir en esa paradoja, de que la ambigüedad es ideología y como tal se comporta. En las revistas del SEU o en los discursos de Ruiz-Giménez como ministro se encuentra también la defensa de los intelectuales, por muy orgánicos que fueran, ante «la actual campaña contra la inteligencia» (Ridruejo) desde un régimen que gustaba definirse como anti-intelectual y donde todavía muchos sacaban la pistola, o el sable, cuando oían la palabra cultura. No faltaba tampoco el complejo de inferioridad, inevitable comparando los frutos del presente con los del inmediato pasado, ni la búsqueda de la autoridad de los maestros que legitimara la propia obra, a todas luces insuficiente. Así en una carta dirigida por Dionisio Ridruejo a Juan Aparicio en la primavera de 1953, publicada en Revista y reproducida por Alcalá, con el título "La culpa, a los intelectuales": «Hay hoy en España un amplio sector de la vida intelectual acampado en la fe católica y en los ideales del 18 de julio. Es, podemos decir, la generación puente (puente, lo sé, cuya voladura no deja de ser deseada por unos y otros). ¿Será mejor que esa generación aclare ante sus continuadores el legado de los maestros, integrado en su propio pensamiento y en su propio sentir, o haga de dislocadoras [sic] entre los maestros y los jóvenes para que estos últimos descubran por su cuenta el árbol prohibido y, juzgándolo por su valor y a nosotros por nuestra falsedad, saquen sus propias consecuencias?». La ruptura de lo que Ridruejo llama "generación puente", y otros "intermedia", se produjo tanto hacia atrás como hacia adelante, de manera que Santos Juliá subraya «la quiebra de aquella ilusoria línea de continuidad que se había pretendido establecer entre la generación ‘integradora’ y la que venía pisándole los talones». En 1956 los jóvenes habrían descubierto que aquellos maestros "eran de barro", en expresión de Juan Benet, que ha sido también objeto de polémica (en la encuesta realizada por José Luis Pinillos en 1955 entre los estudiantes de la universidad madrileña, el 67% se consideraba una generación sin maestros por la falta de sinceridad, dedicación y autenticidad de los mismos, si bien el 85% se consideraba culturalmente "liberal", con Ortega como referente). En su libro, Santos Juliá ha llevado a cabo una necesaria e higiénica clarificación cronológica y textual de las diferentes posiciones, porque tan fundamental es la exacta cronología, como una fidelidad casi arqueológica a lo escrito o dicho en cada momento para poder comprender lo ocurrido, contaminado de revisiones y autojustificaciones a posteriori, entre ellas la tan manida del "falangismo liberal". Para Elías Díaz, sin embargo, se ha recurrido en exceso a ese expediente –aunque sea con una intención muy distinta a la que movía a los autores de los libelos que circulaban en los años sesenta– y no tendría en justa consideración ni las circunstancias del momento –razonamiento que Juliá ha calificado de "fraude"– ni los límites impuestos al discurso público de los protagonistas durante aquellos años. Es más, ocultaría los indicios que ya muy pronto, desde los mismos años cuarenta, apuntaban hacia una evolución futura. Desde este punto de vista, se habría convertido a Laín Entralgo en un personaje patético, paralizado por el temor; a Tovar en un nostálgico impenitente de la "revolución pendiente"; a Aranguren en un falsificador sistemático de su propia biografía, necesitado siempre de la aprobación de los jóvenes, cuando no en un delator; a Ruiz-Giménez en un resentido, y hasta a Tierno Galván en un cínico. Olvidando la trascendencia que en la historia cultural tiene no sólo el propio discurso, sino el de los demás referido a uno mismo: desde los durísimos juicios negativos que todos ellos merecieron desde los sectores más inmovilistas del franquismo, a la importancia que un amplio sector de la opinión pública y de la izquierda antifranquista concedió a sus respectivas evoluciones personales. Y, sobre todo, para lo que ahora nos interesa, olvidando a quienes sí vieron en Ruiz-Giménez, Ridruejo, Aranguren o Tierno a maestros de pensamiento y de vida, o al menos en referentes indiscutibles incluso para muchos situados fuera de sus respectivos círculos universitarios. Para Elías Díaz, en la interpretación de Santos Juliá habría una "equidistancia" inadmisible entre los dos grandes relatos, el de la España sin problema y de la España como problema, el "excluyente" y el "comprensivo", que en ningún caso podrían ponerse al mismo nivel considerando su diversa actitud hacia la guerra y el pasado, hacia las posibilidades que ofrecía el presente de mayor respeto a los derechos humanos, y hacia las perspectivas futuras de una mayor apertura política. Habría además poca sensibilidad hacia las grandes diferencias que existen entre el proyecto asimilador de los primeros años cuarenta y el "comprensivo" del periodo 1951-1956, semilla dentro de España del discurso de la reconciliación, clave como afirma también Santos Juliá para deslegitimar el franquismo y sentar las bases civiles de la democracia. Tampoco cree Elías Díaz que 1956 marcara el final de esos "grandes relatos", pues la tecnocracia, por un lado, seguía siendo un gran relato camuflado detrás de la neutralidad técnica y del discurso del "fin de las ideologías", muy lejano de lo que ese discurso significaba en las antiguas y bien asentadas democracias occidentales, como se denunció a menudo desde la revista Cuadernos para el Diálogo. Ni siquiera el antifranquismo, por otro lado, renunció a las grandes filosofías de la historia, como demuestra la generalizada adopción del marxismo por la "nueva izquierda", e incluso por los "nuevos católicos" y los democristianos. Si es cierto que dentro de ese combate por la revolución había implícito otro contra la dictadura, por la democracia y los derechos humanos, en realidad mucho más concreto e inmediato, entonces hay que asumir que la interpretación del discurso de los actores históricos no puede quedarse en lo textual y debe ir mucho más allá, hacia la interpretación del texto en su contexto. Un punto de partida hermenéutico indispensable para la historia cultural, como ha escrito Santos Juliá en la introducción de su libro. El acercamiento de los "comprensivos" a los vencidos, quizás no en 1941 pero sí diez años después, con gestos simbólicos como, por ejemplo, la reintegración a sus cátedras de algunos exiliados (cuya importancia no puede ser disminuida aunque careciera de consecuencias políticas), es lo único que puede explicar, según Elías Díaz, las iniciativas de Ridruejo con su revista Mañana, o de Ruiz-Giménez con Cuadernos para el Diálogo, ya en los años sesenta. Los dos destacaron, precisamente, en la lucha por la democracia parlamentaria y los derechos humanos, así como en la recuperación del legado liberal y del "socialismo de cátedra" a través de iniciativas como el Instituto de Técnicas Sociales (ITS). Y lo hicieron además en medio de, si no contra –sobre todo en el caso de Ridruejo– la hegemonía del discurso revolucionario marxista, de la "democracia real" y del "socialismo científico", del radicalismo crítico marcusiano, del estructuralismo althusseriano o del maoísmo. Corrientes a las que se sumaron con entusiasmo, por cierto, muchos de esos jóvenes ex falangistas o católicos, desilusionados y huérfanos desde 1956, que hoy reivindican su protagonismo en la lucha contra la dictadura y la creación de una cultura democrática, en contraposición a los "viejos maestros". Hoy lo que estamos debatiendo aquí de hecho no es otra cosa que la aportación de estos últimos al éxito de la transición democrática. Dentro de ese proceso general las distintas trayectorias vitales de los protagonistas tienen, tratándose de historia intelectual, una relevancia que no puede quedar al margen. Feliciano Montero interpreta en su artículo del dossier la que llama "autocrítica del catolicismo", que empieza ya a finales de los años cuarenta con las conversaciones de San Sebastián, cobra fuerza en los cincuenta, con una notable influencia del debate católico francés, y es refrendada en los sesenta con las encíclicas de Juan XXIII y el Concilio Vaticano II. La presencia constante del exilio, de su legitimidad política, sus intelectuales y sus obras culturales constituye otro factor a considerar, como ha recordado Abdón Mateos, sobre todo al marcar una dirección durante todo esos años, por ejemplo en el discurso de la reconciliación. Sobre estos temas y en estos términos, quizás demasiado duros a veces, ha quedado planteado el debate, a la que esperamos dar desde Historia del Presente una contribución importante. El dossier pretende además cubrir el periodo sucesivo y menos estudiado, el de los años sesenta y primeros setenta, lo que solemos llamar "segundo franquismo". La evolución de los intelectuales católicos –aunque entonces casi todos lo eran– desde la autocrítica religiosa al compromiso político es narrada con detalle por Feliciano Montero. Una narración que llega hasta la experiencia del Frente de Liberación Popular (FLP, el popular "Felipe") y la fundación de la revista Cuadernos para el Diálogo por Joaquín Ruiz-Giménez en 1963. Ambas iniciativas tuvieron en sus orígenes una amplia participación de los cristianos y su evolución, precisamente por eso, va a ser tan representativa de un proceso fundamental en la historia de la España contemporánea: la secularización del discurso y la actividad intelectual, política y social, que respecto a Europa mira más hacia el norte que a sociedades en apariencia tan semejantes como la italiana. Esa evolución de los intelectuales católicos va a confluir durante los años sesenta en la oposición antifranquista para construir el discurso de la reconciliación y una nueva razón democrática a través de varios niveles, que Elías Díaz analiza en su artículo. No ya sólo el trabajo intelectual dirigido a restaurar el sentido del lenguaje y de la ética política frente al irracionalismo totalitario y nacional-católico, sino también el compromiso individual en la lucha por las libertades negadas (iniciativas como manifiestos, asambleas, etc.), la recuperación de la tradición liberal y democrática anterior a 1936, la reconstrucción de una verdadera comunidad intelectual con el exilio, la superación del aislamiento intelectual impuesto por el régimen y el reconocimiento de la pluralidad lingüística, cultural y política. El esfuerzo en ese sentido fue múltiple, igual que sus canales de expresión, de ahí que la parte final del dossier presente tres trabajos que adelantan investigaciones en curso o apenas terminadas, pero todavía inéditas: sobre una revista tolerada que acabó convirtiéndose en símbolo del antifranquismo cultural, Triunfo, en cuyo estudio Annelies van Noortwijk ha sido pionera; sobre una editorial con no menos valor simbólico y referencial, Ciencia Nueva, parte de la investigación de Francisco Rojas sobre cambio cultural y actitudes políticas en la España de los sesenta; y sobre el cine bajo el franquismo, objeto de la tesis de doctorado de Carlos Aragüez, donde por cierto volvemos a encontrar a García Escudero, intelectual católico y multifacético, junto a los nombres más conocidos de Ridruejo o Ruiz-Giménez. Tardaron veinte años –que no son pocos– en darse cuenta de su error en la defensa del fascismo y de un régimen impuesto por el terror, pero después de todo pegarse un tiro o hacerse cartujo como escribió el falangista Eugenio Montes a propósito de la evolución personal de Ridruejo quizás hubiera sido más ético, pero seguramente menos útil para nuestra democracia.




6. Encarna Lemus y Rosa Pardo (eds.), La política exterior al final del franquismo, 2005/2
EXPEDIENTE. Encarna Lemus y Rosa Pardo, Introducción. Rosa Pardo, EE.UU y el tardofranquismo: las relaciones bilaterales durante la presidencia Nixon Ricardo Martín de la Guardia y Guillermo Pérez, Bajo la influencia de Mercurio: España y la Europa del Este en los últimos años del franquismo Encarna Lemus, Las posiciones francesas ante la desaparición de Franco y el establecimiento de la monarquía Antonio Moreno, La crisis de 1975 en las relaciones España-CEE: el papel de la cooperación política europea Montserrat Huguet, España y el Mediterráneo en los años setenta. EGOHISTORIA Abdón Mateos, La construcción de la historia contemporánea como ciencia social. Conversación con Julio Aróstegui.
EL PASADO DEL PRESENTE Enrique Moradiellos, Usos y abusos de la historiografía de la guerra civil.
HISTORIOGRAFÍA Claudio Natoli, Fascismo y antifascismo en la historiografía y en el debate público de la Italia republicana.
MISCELÁNEA Antonio Lardín, La acción clandestina comunista en Cataluña durante el primer franquismo (1939-1958) Zira Box,Pasión, muerte y glorificación de José Antonio Primo de Rivera.
CRÓNICA La España del Presente. De la Dictadura a la Democracia. II Congreso Internacional de la Asociación de Historiadores del Presente, por Montserrat Duch El último franquismo: represión y premisas de la transición (1968-1975). V Coloquio Internacional de Spagna Contemporanea, por Javier Rodrigo.
LECTURA Javier Rodrigo, Cautivos, por Paul Preston Mario Ojeda, México y la guerra civil española, por Abdón Mateos Gabriele Ranzato, L’eclissi della democracia, por José Luis Ledesma Santiago Vega, De la esperanza a la persecución, por Javier Rodrigo Damián González, La Falange manchega, por Carmen González Carlos Collado, España, refugio nazi, por Miguel Martorell Susana Alba, José Babiano y Ana Fernández, Miradas de emigrantes, por Irene Díaz Igor Goicovic, Entre el dolor y la ira. La venganza de Antonio Ramón, por Carmen González Marí Cruz Seoane y Susana Sueiro, Historia de El País, por Javier Muñoz Pilar Ortuño, Los socialistas europeos y la transición española, por Fernando Arcas









INTRODUCCIÓN








Es casi un tópico hablar de la debilidad de los estudios de historia de las relaciones internacionales en España. La marginalidad internacional de España hasta casi los años noventa del siglo XX y la lentitud con que calaron aquí los avances de esta rama de la disciplina, recibidos de cuño francés más que anglosajón, han explicado las carencias teóricas y metodológicas que, a menudo, se han señalado en su contra: escasez de diálogo interdisciplinar; un discurso histórico demasiado descriptivo que, sin embargo, ha descuidado muchas veces la calidad de la narración; un marco en exceso estatista e hispanocéntrico, etc. Sin embargo, la producción de los últimos quince años ha permitido fijar problemas y debates, como reflejo de la etapa de madurez en la que ha entrado la investigación. En el caso de los estudios sobre el flanco internacional del Franquismo y la Transición, se observa, además, una clara evolución en los focos de interés. En los ochenta, aún bajo la presión del proceso político interno, urgía explicar la naturaleza del régimen, por qué había durado tanto y qué factores internacionales habían contribuido a ello. De ahí el interés por la Segunda Guerra Mundial y sobre todo por el periodo del aislamiento diplomático (1945-1953). Se sentía el apremio de identificar los factores de la permanencia de la dictadura, de desenmascarar la propaganda sobre los éxitos diplomáticos que la habían legitimado y de recuperar la labor de la oposición antifranquista. La política de Franco respecto al Eje, las amistades hispanoamericanas y árabes o las infinitas bondades de la alianza con los Estados Unidos fueron así temas básicos. Sin embargo, poco a poco, el interés investigador se recondujo hacia elementos más estrictamente internacionales. La razón fue el ingreso de España en la Comunidad Europea y todo el debate sobre la integración en la OTAN, es decir, la discusión sobre la definitiva alineación internacional de la España constitucional. Existía la curiosidad y la necesidad de reconstruir los antecedentes para comprender mejor la acción exterior de la nueva democracia. Entrados los años noventa, con la definitiva normalización internacional española y, sobre todo, con una mayor conciencia de los procesos de globalización, se iba a prestar más atención a las determinaciones del sistema internacional sobre las opciones políticas, institucionales o económicas a disposición de los gobiernos de Franco y, sobre todo durante la Transición. Se estudia la influencia de los éxitos fascistas sobre el modelo político español en la Segunda Guerra Mundial; el efecto político y económico del aislamiento; la influencia internacional en la elección de modelos económicos como la autarquía y, posteriormente, la apertura económica; o la incidencia de los distintos procesos y actores internacionales en el proceso de la Transición. Uno de los campos más novedosos está siendo la "europeización", es decir, el impacto del acercamiento a Europa, y el proceso de "americanización", a partir sobre todo de 1953, ligados ambos al debate sobre la modernización. Es verdad que siguen siendo muchos los vacíos historiográficos, la mayor parte de las veces vinculados a dificultades documentales en el Archivo del Ministerio de Asuntos Exteriores. Tampoco hay fuentes publicadas equivalentes a las de otros países ni, hasta hace muy poco, acceso a los archivos militares; una esperanza son los archivos privados y la historia oral. Sobre los años sesenta y la crisis final del régimen aún queda mucho por hacer sobre las relaciones con las principales potencias europeas, Marruecos y América Latina; lo mismo que respecto a la diplomacia multilateral o en el estudio de política exterior comparada. Sólo de pasada se ha atendido a la diplomacia paralela realizada por las organizaciones católicas, medios económicos, culturales o militares que actuaron como grupos de presión y captadores de apoyos exteriores. Tampoco abundan los estudios sobre los apoyos socio-políticos del franquismo en el exterior: los medios conservadores, anticomunistas, democristianos, europeos y americanos. Valdría la pena profundizar en el impacto de la "cuestión española" en la política interior de otros países; en las conexiones internacionales que facilitaron la liberalización económica; en la repercusión socio-económica que determinadas problemáticas internacionales tuvieron en ámbitos geográficos locales (Gibraltar, por ejemplo) o en las secuelas de los procesos de descolonización. También están pendientes estudios que profundicen en el tema del proceso de toma de decisiones y la burocracia del Ministerio de Asuntos Exteriores, así como biografías básicas sobre ministros clave. Serían interesantes investigaciones sobre imágenes y estereotipos internacionales, ahondar en fenómenos de socialización política y memoria colectiva que ayudaran a entender mejor la cultura política de la sociedad española durante la Transición y sus reflejos aún en la opinión pública actual. Por poner un ejemplo: se entenderían mejor las fuentes del arraigado antinorteamericanismo. Los estudios que se presentan en este número son ejemplos de las nuevas tendencias de investigación y, a la vez, ayudan a llenar algunos de los vacíos señalados. Ricardo Martín de la Guardia y Guillermo Á. Pérez Sánchez analizan cómo se produjo la particular apertura hacia los países comunistas al final del Franquismo. Primero, básicamente comercial y consular y, en 1973, con el hito del reconocimiento diplomático pleno entre los gobiernos de España y de la República Democrática de Alemania. Rosa Pardo estudia un momento complejo de las relaciones hispano-norteamericanas: la renegociación de los acuerdos bilaterales entre 1968 y 1970. Profundizando en los cambios que se producen en la política exterior española con el relevo de F. M. Castiella por los ministros tecnócratas, G. López Bravo y L. López Rodó. También revisa, a través de la documentación norteamericana, cómo se vio desde Washington la evolución interna española de los últimos años de la dictadura y la política norteamericana de cara la nuevo régimen que sustituiría a Franco. Montserrat Huguet, por su parte, traza una panorámica general sobre la política española en torno a la problemática mediterránea en esta etapa: la reivindicación española de una posición activa en los procesos de pacificación y normalización; la política de cooperación con los países árabes y apoyo a la causa Palestina, muy vinculadas a la problemática relación con Marruecos y el asunto del Sahara. Los artículos de Antonio Moreno Juste y de Encarnación Lemus tratan dos temas fundamentales para explicar los condicionantes externos de la Transición. Por una parte, el papel de la CEE y, por otra, la actitud de un actor nacional básico, como fue Francia. Antonio Moreno explica la acción positiva de las instituciones europeas en favor de los procesos de democratización desarrollados en España y la Europa del Sur. Profundiza en el juego sutil de presiones realizado a través de un triple mecanismo: las negociaciones de integración, la aplicación de los criterios de condicionalidad económica y de condicionalidad democrática. Encarnación Lemus reconstruye la expectante mirada francesa sobre la situación española ante la inminente desaparición del general Franco: el rechazo al franquismo, la aproximación hacia el rey y el análisis de las posibilidades de iniciar una liberalización, el peso de los sectores continuistas. Todo ello ante la persistente duda de que España pudiera desarrollar una evolución pacífica y bajo un doble objetivo: garantizar una cierta preeminencia política de Francia al respecto de la España que se liberaliza y su presencia económica, objetivos ambos en los que los intereses franceses se sentían amenazados ante la redoblada presencia norteamericana y alemana.








Encarna Lemus y Rosa Pardo









7. Ángeles Egido (ed.), La República aislada ¿Por qué la No Intervención?, 2006/1

EXPEDIENTE Ángeles Egido, Introducción
Juan Avilés, Las potencias democráticas y la política de No Intervención Ángeles Egido, Los compromisos internacionales de un país neutral
Jean F. Berdah, Francia y la guerra de España
Enrique Moradiellos, El gobierno británico y la guerra de España: Apaciguamiento y No Intervención.

EGOHISTORIA Javier Rodrigo, El individuo y la clase. Conversación con Paul Preston.
TEORÍA Jesús Izquierdo y Pablo Sánchez, Lejana proximidad. Antropologías de la guerra civil española.
HISTORIOGRAFÍA Pablo Martín de Santa Olalla, La Iglesia durante el franquismo. Un debate abierto.
MISCELÁNEA Francisco Javier Caspistegui, Una mirada "micro" a las elecciones generales de 1977: actuación y resultados del carlismo no legalizado.
CRÓNICA Martí Marín, La transición de la dictadura franquista a la democracia. Congreso del CEFID.
LECTURA Paradojas de la ortodoxia. Políticas de masas y militancia católica femenina en España, 1919-1939, por Ángela Cenarro. The Splintering of Spain, por Javier Rodrigo. Indalecio Prieto, socialista y español, por Abdón Mateos. Vicente Rojo. Retrato de un general republicano, por Enrique Moradiellos. De la esperanza a la persecución. La represión franquista en la provincia de Segovia, por Javier Rodrigo. Los maquis en la provincia de Cuenca, por Judith Prat. El franquismo en guerra, por Laura Zenobi Franco y el Holocausto, por Raanan Rein. La captación de las masas, por Miguel A. Ruiz Carnicer. La Iglesia que se enfrentó a Franco y De la dictadura a la democracia. La acción de los cristianos en España, 1939-1975, por Feliciano Montero. L’engagement des intellectuels 1944-2004. Itinéraire d’un historien franc-tireur, por María José Solanas. El cine cambia la historia y La historia a través del cine, por Josefina Martínez. Tres décadas de cambio social, por Álvaro Soto









INTRODUCCIÓN




En 2006 coinciden dos aniversarios emblemáticos de la historia reciente de nuestro país: el 75 aniversario de la proclamación de la II República y el 70 del comienzo de la guerra civil. Dos acontecimientos estrechamente unidos por mucho más, obviamente, que por la sucesión quinquenal de sus respectivas efemérides. En este dossier los hemos relacionado conscientemente para acercarnos, con la perspectiva del tiempo y el poso historiográfico ya sedimentado, a una explicación actualizada de ese aislamiento cuyas causas se achacaron durante mucho tiempo a la propia República. Hoy sabemos que la tesis del fracaso republicano ya no se sostiene, como no lo hace tampoco la supuesta inevitabilidad de la guerra civil. Los errores de la República, que los hubo –y no pequeños- no desencadenaron la guerra civil. La guerra civil la desencadenó una sublevación militar, un golpe de Estado, mal planificado, que degeneró en guerra civil y que probablemente no habría podido sostenerse si los sublevados no hubieran recibido, en los primeros y cruciales momentos del conflicto, la ayuda de Italia y de Alemania y, sobre todo, sin la inhibición de Francia y de Gran Bretaña, también decisiva en esa primera etapa, respecto de la suerte del bando gubernamental, que quedó desasistido bajo la farsa del acuerdo internacional de no intervención, cuyos resortes vamos a analizar aquí. Puede aducirse que sobre la República y sobre la guerra civil ya se ha dicho todo. La guerra civil ha merecido más libros que la propia revolución rusa, pero cada generación tiene derecho a replantearse la mirada al pasado en función de su propio presente y de cara a la construcción de su inmediato futuro. Y así lo demuestra un somero repaso a la historia de la historia, es decir, a la historiografía sobre este periodo, que ha ido evolucionando consecuentemente a lo largo del tiempo. Hasta los años 60, el análisis de la guerra civil se hizo fundamentalmente desde el exilio y se nutrió básicamente de los argumentos emanados del propio conflicto, que dividieron a vencedores y vencidos. A partir de los 60, lo hicieron sobre todo autores extranjeros: Pierre Broué, Herbert Southworth, Gabriel Jackson, Hugh Thomas, y se insistió especialmente en el fracaso de la República, en el comportamiento de los propios políticos republicanos, para explicar la derrota. Con la excepción de Manuel Tuñón de Lara, que fue tal vez el único que no lo vio así, quizás porque tampoco lo veía como extranjero, aunque sí desde fuera. Tras el final del régimen de Franco, en los 80 y 90, se abrió paso una nueva historia de la guerra civil, con el acceso a nuevas fuentes, que insistió de manera especial en el argumento de la reconciliación: la guerra la perdieron todos, la perdieron los dos bandos, hasta que a mediados de los 90, tras la victoria electoral de Partido Popular en el 96 y al calor de las conmemoraciones del 60 aniversario del estallido del conflicto, empezó a discutirse también el paradigma de la reconciliación. Así llegamos al momento actual en el que, a pesar de todo lo que se ha publicado, la verdad es que poco nuevo se ha dicho, salvo lo que pueda derivarse de la expectante indagación en los archivos soviéticos, hasta ahora poco explorados, fase en la que nos encontramos, y de los que sin duda pueden deducirse informaciones puntuales, matizaciones importantes y datos nuevos, hasta ahora, por otra parte, no especialmente innovadores respecto de lo fundamental que ya se sabía. En un plano más general, el momento actual parece hacer hincapié en la culpabilidad paralela de ambos bandos, en la línea de "Todos fuimos culpables", como titulara en su día su interpretación del conflicto Juan-Simeón Vidarte. Éste es el gran dilema del momento: culpabilidad por igual o equiparación imposible. Sin embargo, aunque en una guerra civil todos pierden, no cabe duda de que unos pierden más que otros. No es extraño, en todo caso, que la memoria de la guerra civil se resista a desaparecer. Tantos muertos, tantos exiliados, tantas heridas y tantos años de dictadura han dejado un poso profundo en España y en los españoles. Hay además un argumento más reciente: el cierre en falso de la transición. La transición se hizo con prudencia, no había que resucitar los fantasmas y todavía había miedo. Pero ahora han pasado treinta años desde la muerte de Franco y los viejos fantasmas han revivido de la mano del llamado revisionismo, que no es sino la resurrección de los argumentos de los vencedores que con tanto cuidado se procuró no rebatir, por miedo, en la transición. La respuesta a ese cierre en falso y a este nuevo revisionismo ha sido un amplio movimiento de reactivación de la llamada memoria histórica. Un concepto que ya tiene detractores y que, sin embargo, goza de una larga tradición en la historiografía francesa, que ha estudiado con precisión y racionalidad, como suelen hacerlo los franceses, la terminología, la conceptualización, las clases, los tipos y los géneros de memoria. Sin entrar en precisiones terminológicas, hoy parece haber un consenso generalizado en torno a la existencia de tres tipos de memoria fácilmente diferenciados y claramente definidos. El primero es la memoria común, es decir, lo que la gente recuerda. El segundo, la memoria histórica, relativa a los usos del pasado en el presente, que incluye, por tanto, la política de la memoria, es decir, la destinada a construir una identidad del presente tomando elementos del pasado (como lo hace el Estado, los partidos, los sindicatos o la Iglesia...). El tercero, en fin, es la memoria colectiva, que sería la suma de las otras dos. Obviamente, hay una multitud de memorias colectivas, que se suceden en el tiempo. De lo que no cabe duda, en cualquier caso, es de que hay memoria. Así lo han entendido, por ejemplo, los judíos, que han sabido mantener con inusitada viveza y atemporalidad la memoria del Holocausto; los propios alemanes, que se han enfrentado a la triste memoria del nazismo; los italianos, que han puesto en su lugar al fascismo; los propios franceses, que han ajustado las cuentas con el régimen de Vichy y, más recientemente, los países hispanoamericanos que sufrieron violencia dictatorial. ¿Por qué los españoles debemos abdicar de nuestro derecho a hacer lo mismo con el franquismo? Obviamente, no sólo no debemos hacerlo, sino que debemos acostumbrarnos a aplicar la perspectiva de la historia comparada. Tal vez así asumamos, de una vez por todas, que nuestra historia no es tan excepcional, que los españoles no somos diferentes, que todos los países tienen puntos oscuros en su pasado y que en el humilde reconocimiento de nuestra igualdad, aunque sólo sea en los errores, está nuestra grandeza. Contamos además con una buena base. Ahora tenemos una verdadera democracia y la democracia conlleva no ya el mero reconocimiento de la libertad de expresión sino el ejercicio de acostumbrarse a respetar, y rebatir razonadamente, las ideas del contrario, aunque no se compartan. Probablemente el hecho de que seamos capaces de debatir, como sano ejercicio de inteligencia, nos ayude a comprobar la fortaleza de nuestro sistema democrático. Eso forma parte del juego y es un claro ejemplo de que ha sido posible superar el miedo que, en los años iniciales de la transición, todavía perduraba. La sociedad española está ahora a mucha distancia de aquella que protagonizó el conflicto civil. Afortunadamente, son otras, y bien distintas, las preocupaciones de los jóvenes españoles. Nada hace pensar que un conflicto similar pueda volver a producirse. El debate, por otra parte, apenas trasciende el reducido ámbito de los historiadores, sociólogos, politólogos o medios de comunicación. ¿Es que en ese ámbito tan reducido también debemos renunciar a él? No podemos ni debemos hacerlo, máxime cuando el llamado revisionismo, cuyo florecimiento suele atribuirse al triunfo electoral del PP, ha significado esencialmente una resurrección de los argumentos filofranquistas, mientras que a los vencidos se les acusa de poner sobre la mesa el absurdo concepto de memoria histórica. Hay quien prefiere atribuirlo al relevo generacional: los nietos de la guerra ya habrían superado el maniqueísmo de sus abuelos (la dicotomía entre "gesta heroica franquista" y "gesta heroica republicana"), y al consenso de sus padres en torno a la consideración unánime de la guerra como una tragedia vergonzante. No vamos a insistir más en el debate terminológico. Hay, obviamente, una memoria de la República y una memoria de la guerra civil, íntimamente unidas en tanto la una no se explica sin la otra. En cuanto al debate, más profundo, suscitado por el revisionismo y contrarrestado por la reactivación de la memoria histórica, sobre las características y consecuencias de una y otra, ¿es legítimo volver a él? A mi juicio, no sólo es legítimo sino que es necesario En primer lugar, entre otras cosas, porque el revival, por el momento, sólo ha gozado de gran despliegue mediático en lo referente a los argumentos de los vencedores. Cabe considerar también, desde la perspectiva de la historia comparada, el hecho de que la desmitificación de la heroica resistencia al nazismo en Francia o en Italia no se hizo desde una óptica tan partidista. Y fue acompañada además de medidas más tangibles. Hubo un juicio de Nuremberg y el pueblo italiano ajustó, ¡y de qué manera!, sus cuentas con Mussolini. Aquí, la retirada de una simple estatua ecuestre del dictador tuvo que hacerse casi en semiclandestinidad, su mausoleo sigue coronando las hermosas vistas de la sierra madrileña y el Arco de la Victoria en el mismo sitio, y con la misma leyenda, que cuando se construyó. Cabe apelar, por último, a la mera justicia histórica. Justicia para los exiliados, que se vieron obligados a echar raíces fuera de su país; para los represaliados, sobre todo en la primer etapa del régimen, que la aplicó sistemáticamente por motivos fundamentalmente ideológicos; para los que sufrieron cárcel, trabajos forzados, pena de muerte por sus ideas; para sus descendientes, que tienen derecho a honrar dignamente a sus muertos. Justicia política, justicia social y justicia también, ¿por qué no?, económica. esde el punto de vista exclusivamente historiográfico, en fin, la resurrección de los argumentos de los vencedores obliga a refrescar de nuevo algunas apreciaciones históricas, ya consolidadas. Si queremos reconstruir de verdad la reconciliación habrá que empezar por desterrar (como ya se hizo en su momento) la tesis del fracaso republicano y, sobre todo, la de la inevitabilidad de la guerra. Si un sector del Ejército no se hubieran sublevado contra el gobierno legítimamente establecido, y si no hubiera recibido la ayuda temprana y decidida de Hitler y Mussolini, simplemente no habría habido guerra civil. Esa ayuda permitió que la guerra durase mucho más de lo previsto y, a la larga, la victoria del bando sublevado. Habrá que desterrar también la idea de que ese sector del Ejército se sublevó para poner orden, porque la República era el caos y el desenfreno. Esto forma parte de la memoria negativa de la República: la quema de conventos, Casasviejas, la revolución de Asturias... Todos estos sucesos, ciertamente desgraciados, se esgrimen hasta la saciedad para justificar la sublevación, y eso por no hablar del peligro comunista o de la conspiración judeomasónica, que formaron parte hasta el final de la mitología del régimen de Franco. Frente a ellos, se ha argumentado también desde la persistencia de una visión idílica de la República, porque venía bien para legitimar la restauración democrática de la transición, olvidando los excesos de comunistas, anarquistas, socialistas radicales y, menos, los de falangistas y monárquicos tradicionalistas, requetés y demás sectores derechistas. Obviamente, nadie pone en duda que la República se vio desbordada por los extremos. Pero la República no la proclamaron los extremistas, la pensaron, proclamaron y trataron de llevarla adelante los republicanos, que eran, como Azaña afirmó, esencialmente demócratas: «la República será democrática o no será», sentenció premonitoriamente en 1930. Digamos, para concluir, que la ansiada meta de la verdadera reconciliación, a mi juicio, no puede culminarse con éxito sin recorrer el camino trazado por la llamada regla de las tres erres: reconocimiento, reconciliación y reparación. La reconciliación, al menos, se ha intentado. Ésa fue la base en que se apoyó la transición. El reconocimiento y la reparación distan aún mucho de haberse logrado plenamente. Sin revisar con justicia nuestro pasado, difícilmente podremos construir con justicia nuestro futuro. Y en ese marco cabe inscribir algunas de las razones que se dieron cita en la derrota del bando gubernamental, cuyo análisis, de la mano de reconocidos expertos, presentamos aquí.




Ángeles Egido León



8. Álvaro Soto (ed.), La primera legislatura socialista, 1982-86, 2006/2








EXPEDIENTE Álvaro Soto: "Felipe González más reformista que socialdemócrata: balance de una gestión." Donato Fernández Navarrete y Gustavo Matías: "Ajuste estructural de la economía española y negociaciones para entrar en las Comunidades Europeas









Carlos Navajas: "No más golpes de Estado". La política de defensa de Narcís Serra (1982-1986)









José María Marín: "La fase dura de la reconversión industrial" Pablo Martín de Santa Olalla: "Izquierda y aconfesionalidad. Las relaciones entre la Iglesia y el primer Gobierno Socialista"









HISTORIOGRAFÍA Abdón Mateos, "Historia del presente, conciencia histórica y uso público del pasado"









EGOHISTORIA Xavier Doménech, En medio del tiempo. Conversación con Josep Fontana

EL PASADO DEL PRESENTE Gregorio Back, La revisión del pasado y la política de la memoria en la Polonia poscomunista

CRÓNICA Mónica Fernández y Áurea Vidal, Historia de la transición. II Congreso Internacional, Universidad Almería 2005









MISCELÁNEA Fernando Hernández, "Las fracturas del comunismo español en el exilio: el caso de Jesús Hernández".









Sergio Gálvez, "Del socialismo a la modernización"









LECTURA Ángeles Egido (ed.), Republicanos en la memoria, por Manuela Aroca Rafael Cruz, En el nombre del pueblo, por Javier Rodrigo Julio Aróstegui, Por qué el 18 de Julio ...y después, por Eduardo González Calleja; Ludger Mees, El profeta pragmático, por José Luis de la Granja; Juan Avilés, Pasionaria, por Fernando Hernández; Carmen Gómez y Luis Campos, Cárcel de amor, por Ángeles Egido Kathleen Richmond, Las mujeres en el fascismo español, por Sescún Marías Manuel Penella, La Falange teórica, por Nicolás Sesma; Francisco Morente, Dionisio Ridruejo Nicolás Sesma, En busca del bien común, por Javier Muñoz Soro Norberto Ibáñez y José A. Pérez, Ormazábal, por Felipe Nieto; Miguel A. Yuste, La II República española en el exilio, por Luis Carlos Hernando; Glicerio Sánchez Recio (e.), La Internacional Católica, por Basilisa López; Cristina Palomares, Sobrevivir después de Franco; Benedicte André-Barzana, Mitos y mentiras de la transición, por Javier Muñoz Soro; Inmaculada Cordero, El espejo desenterrado, por José F. Mejía; Javier Muñoz Soro, Cuadernos para el Diálogo, por Susana Sueiro









Introducción





A finales de 1982 habían desaparecido las principales incertidumbres sobre el sistema político y podían darse por acabadas las tareas propias de la transición a la democracia. Dicha situación coincidió en el tiempo con la victoria electoral del Partido Socialista Obrero Español (PSOE), que se presentaba ante la ciudadanía con un talante reformista, continuador de la labor realizada en los últimos años, y con un liderazgo indiscutible, que suscitaba apoyos muy por encima de los del partido. La palabra "Cambio" presidió la campaña electoral, tras verse obligado el débil gobierno de Leopoldo Calvo Sotelo a convocar elecciones anticipadas. El PSOE obtuvo una victoria arrolladora que le dió la mayoría absoluta en la representación parlamentaria y le permitía gobernar en solitario. En una entrevista por la televisión el periodista José Oneto preguntó a Felipe González: "¿Qué es el cambio?. El cambio yo lo resumiría en una sola frase: que España funcione." No se podía sintetizar mejor y más didácticamente lo que pretendía. El objetivo era llevar a España a la modernidad, regenerando la vida política y social, a la vez que se trataba de sacarla de su secular aislamiento. La primera legislatura (1982-1986) fue, sin lugar a dudas, la más fecunda de la "época socialista" (1982-1996). El gobierno no se encontró lastrado ni por la ruptura de la "familia socialista", ni por el incremento de la oposición social, ni por los casos de corrupción y los escándalos políticos que marcaron el final de dicha época. Aunque es cierto que en estos primeros años se llevaron a cabo las peores acciones de la "guerra sucia" contra ETA, lo cual supuso no sólo un grave atentado contra los principios democráticos, sino la caída de la credibilidad de los socialistas. En realidad, el Ministerio del Interior siempre fue un problema y Felipe González, que tantos aciertos tuvo en otros áreas, en ésta mostró su cara más negativa. El nuevo presidente del Gobierno dejó claro que su tarea era realizar un "proyecto de modernización" y no "un proyecto socialdemócrata", debido a la incapacidad histórica de la derecha española de cumplir sus objetivos. Por eso González se veía a sí mismo más como un regeneracionista que como un socialista, situándose en el centro de la vida nacional, o rechazando los extremos, que habían sido los culpables del círculo sangriento de las dos Españas. Su claro liderazgo sirvió para que los ciudadanos confiaran en su persona, y al mismo tiempo permitió a González a marginar al Partido en la toma de decisiones. Siempre tuvo claro que se gobernaba desde Moncloa y no desde Ferraz. En el discurso de investidura como candidato a presidente de Gobierno puso de manifiesto que uno de sus objetivos prioritarios era luchar contra la crisis económica, modificando la "deficiente estructura económica legada del pasado". Al mismo toempo había que desbloquear las negociaciones para entrar como Estado miembro en la Comunidad Económica Europea (CEE). Para llevar a cabo estos objetivos contó con un excelente ministro, Miguel Boyer, bien acompañado por Carlos Solchaga. Miguel Boyer era un socialista liberal que impuso, desde el primer momento, una política rigurosa. Se trataba de lograr la estabilidad macroeconómica, desechando la puesta en práctica de políticas contracíclicas para impulsar la demanda interior como había hecho el gobierno socialista francés. Para profundizar en este importante tema, contamos con el artículo de Donato Fernández Navarrete y Gustavo Matías, en el mismo se realiza un análisis riguroso de las causas que condujeron a la crisis económica internacional y la especial vulnerabilidad de España. Como nos recuerdan los autores, el nuevo gobierno se olvidó con gran rapidez de las promesas electorales realizadas en su programa económico, para poner en marcha una política de ajuste valiente y de gran calado, que sirvió para remontar la crisis a partir de 1984 y facilitar la incorporación a la CEE. La crisis se manifestó sobre todo en el sector industrial y agrario. En el primero de ellos fue muy aguda, pese a que la producción no descendió, sí lo hizo el empleo. En dicho sector se produjo una importante reconversión a costa de puestos de trabajo, lo que implicó la sustitución de trabajo por capital y el incremento de la productividad. Los dos desequilibrios más importantes de la economía española pasaron a ser el paro y el déficit público, siendo el responsable de éste último el aumento en las prestaciones sociales (desempleo, pensiones y sanidad), el incremento de los intereses de la deuda consolidada, las transferencias a las Comunidades Autónomas y a la educación privada, así como una serie de empresas públicas que presentaban resultados muy negativos. Como se puede apreciar, la consolidación del Estado de bienestar y del Estado de las Autonomías, elementos centrales de la nueva democracia. tuvieron su efecto en la política económica. La lamentable situación del mercado de trabajo se mantuvo, pese a las promesas electorales, por lo que no se dudó en flexibilizarlo, aunque en esta ocasión se contó con la no oposición sindical. La reforma del Estatuto de los Trabajadores en 1984 quebró el principio de causalidad, al permitir la utilización de los contratos temporales en puestos de trabajo permanentes. La consecuencia de ello fue la segmentación del mercado laboral. Esta tendencia a la flexibilización se extendió a otras áreas, como al mercado inmobiliario, las pensiones o las empresas públicas. Aunque se ha insistido en numerosas ocasiones en la importancia de la crisis industrial, no menos trascendente fue la crisis del sector bancario, la cual afectó a más de la mitad de los bancos existentes y a una quinta parte del total de recursos. Para hacer frente a la misma, hubo que crear nuevos instrumentos de intervención en el sector y sobre todo realizar un importante desembolso, muy superior al de la reconversión industrial. Las medidas de ajuste del ministerio Boyer comenzaron a dar sus frutos una vez que éste decidió dimitir por incompatibilidad con Alfonso Guerra, pero lo importante fue que su política económica dio resultados positivos, siendo continuada por Carlos Solchaga hasta la huelga general de 1988; esta política unida a la adhesión a la CEE, supuso uno de los mayores activos con los que contó Felipe González, que al apostar por la continuidad en este campo, abandonando los "experimentos", puso de manifiesto su carácter pragmático, no atado a ideas preconcebidas de resultados inciertos. Las negociaciones de adhesión a la CEE fueron especialmente difíciles. Superado el escollo político, que había servido de excusa para mantener a la dictadura alejada de las instituciones europeas, y una vez establecida la democracia se pusieron sobre la mesa numerosas diferencias de índole económico, en especial por parte de Francia, no estando ausentes algunas causas marcadamente políticas tales como el tema de la OTAN. Francia, que había tratado de tutelar el proceso de transición, se convirtió en un difícil contrincante, lo que obligo a España a ceder en la mayor parte de sus pretensiones. No sirvió que estuvieran gobernados ambos países por partidos hermanos en la Internacional Socialista, pues la lógica nacionalista de los franceses se impuso. En todo caso, nuestra adhesión a la CEE iba abrir un periodo en el que España recibiría múltiples ayudas que, sin duda, produjeron avances sustanciales tanto en materia económica como social. Un gobierno fuerte, como el presidido por Felipe González, y con una amplia legitimidad social, se decidió a poner en marcha la tan necesaria reconversión industrial, como muestra el excelente estudio de José María Marín. Dicho autor nos recuerda que el primer gobierno socialista no llevó a cabo ningún intento serio de planificación de la política industrial, pese a lo contemplado en el programa electoral. Los socialistas si tenían presente la necesidad de realizar un "ajuste" en la industria, ligándolo a la reindustrialización. Contaban con el apoyo de la Unión General de Trabajadores (UGT) y la oposición de Comisiones Obreras (CCOO). Este último sindicato trato de recuperar en la lucha contra la reconversión el espacio sindical perdido tras la derrota en las elecciones sindicales de 1982, y en cierta manera el espacio político, también perdido tras la debacle del Partido Comunista de España (PCE) en las elecciones generales del 28 de octubre de 1982. La dureza de la reconversión se hizo visible con el cierre de Sagunto. Como nos señala Marín el balance "de este conflicto fue de más de un año de durísimos enfrentamientos y movilizaciones obreras en las que se produjeron: 9 huelgas generales en la comarca de Morvedre, 24 huelgas generales en la factoría, 11 manifestaciones en Valencia, 7 marchas a Madrid, y lo que fue más importante: más de 80 días de ocupación de la fábrica por los trabajadores, que en una clara postura de insurrección se negaron a obedecer las órdenes de paralización de los Altos Hornos". La actitud de apoyo a la reconversión de la UGT, con ciertas condiciones, fue posteriormente revisada en el interior de la central socialista, pero no debemos de olvidar que la misma respondía no sólo a un compromiso político, sino también a una estrategia sindical. Es controvertida a afirmación de José María Marín de que "el PSOE pagó un precio relativamente importante con la reconversión industrial", puesto que ganó por mayoría absoluta las elecciones de 1986 y 1989, y si bien aumento la contestación social a su gestión, se daba la paradoja de que los mismos que protagonizaban huelgas y manifestaciones, le seguían votando. Podemos afirmar que los socialistas utilizaban la protesta como forma de criticar la gestión de su gobierno, al que luego votaban. No fueron los sectores perjudicados por la reconversión los que volvieron la espalda al PSOE, sino las clases medias urbanas hartas de tanta corrupción y escándalos y preocupadas por el alza de la presión fiscal. En abril de 1987, en una entrevista al vicepresidente del Gobierno, Alfonso Guerra, se le preguntó si el PSOE había resuelto el problema militar, la contestación fue clara: "Tal y como se entendía hasta hace muy pocos años el problema militar, sí. En España existía un Estado civil y un Estado latente militar, y eso está resulto. Aquí hay un poder único, democrático, que se establece en un Parlamento y en un Gobierno por votación de la gente. Hoy, las Fuerzas Armadas no son un Estado latente en España. Son una Administración militar que tiene intención de modernizarse y de ocupar el puesto que la Constitución le asigna." Carlos Navaja, reconocido especialista en temas militares, nos muestra como la gestión de Narcís Serra consiguió apartar al Ejército de tentaciones golpistas, e iniciar una seria modernización de las Fuerzas Armadas. La "piedra angular" de la reforma fue la Ley Orgánica de Criterios Básicos de la defensa Nacional y de la Organización militar de 5 de enero de 1984. Dicha ley despejaba las ambigüedades de la anterior norma, al concretar y potenciar las competencias del presidente del Gobierno y, especialmente, del ministro de Defensa al serle encomendada la elaboración, determinación y ejecución de la política militar. Con la ley se ponía fin a la autonomía militar, y se acababa así con uno de los mayores obstáculos que habían tenido los españoles para poder vivir en democracia. Durante los gobiernos socialistas se afrontó la modernización de las Fuerzas Armadas, la reducción de sus efectivos y, desde 1988, la incorporación de la mujer a las mismas. También se redujo el servicio militar, pasando de doce a nueve meses y finalmente se dio una solución digna a los militares pertenecientes a la Unión Militar Democrática. Por último, el trabajo de Pablo Martín muestra la actitud de la Iglesia durante el primer gobierno socialista, siendo el tema de la enseñanza el que más conflictos causó. Debemos de pensar que la Iglesia española, después de una actitud valiente y comprometida en los últimos años de la dictadura y durante la transición, comenzó a cambiar de actitud, sin duda influenciada por los nuevos aires que llegaban de Roma. Felipe González afirmaba que "El Gobierno socialista, en realidad, cambió el rumbo de la Historia de España, lo encauzó en una dirección diferente, asentó la democracia, las bases del Estado del bienestar, le dio a nuestro país un papel en el mundo...", y junto a eso siempre aparecería la "coletilla: corrupción". No le falta razón, la corrupción y los escándalos que invadieron la vida política española desde comienzos de los años noventa, a lo que hay que sumar el error de los GAL, empañaron gravemente la importante labor de modernización y de gestión llevada a cabo por los socialistas entre 1982 y 1996. Los artículos que a continuación vienen tratan de reflejar esta realidad. La mayor dificultad con la que nos enfrentamos los historiadores a la hora de analizar dicha época es precisamente saber ponderar adecuadamente los hechos, para poder así obtener una imagen del período que responda a lo sucedido. Creo que los aciertos fueron mayores que los errores, y hoy diez años después de que se asistiera a la lógica alternancia democrática, y dos desde que volviera al gobierno el PSOE, recordamos dichos años con melancolía y con cierta preocupación, por lo poco que aprendieron de él los jóvenes socialistas.








Álvaro Soto





9. Abdón Mateos (ed.), Dictadura y antifranquismo, 2007/1









EXPEDIENTE Abdón Mateos, "Represión, información y propaganda. Introducción".









Pere Ysàs, "La imposible paz social". "El movimiento obrero y la dictadura".









Carmen González y Manuel Ortiz Heras, "Control social y control policial en la dictadura franquista".









Abdón Mateos, "El impacto de la denuncia internacional y del exilio político".
Egohistoria Javier Moreno, "Dentro y fuera de la Historia de España. Conversación con José Álvarez Junco".
El pasado del presente Olga Novikova, "La política de la memoria. Moldear el pasado para construir la sociedad democrática (la URSS y el espacio postsoviético)".
Crónica Julián Sanz Hoya, Spagna 1936-2006. Tra "pacificazione" franchista e riconciliazione democratica. VIII Encuentro de Novi Ligure.
Miscelánea Antonio C. Moreno Cantano, "El Ministerio de Asuntos Exteriores y la Vicesecretaría de Educación Popular".









Miguel Garau, "El Movimiento Ibérico de Liberación (MIL-GAC)".









Daniel Lanero, "La extensión de los seguros sociales en el mundo rural gallego: entre el clientelismo político y los ecos del "Estado de Bienestar" (1940-1966)".
Lectura Mary Nash, Dones en transició. De la resistència política a la legitimitat feminista: les dones en la Barcelona de la Transició, por Ana Aguado. Ferrán Gallego, Una patria imaginaria. La extrema derecha española (1973-2005), por José Luis Rodríguez. Julián Sanz Hoya, De la resistencia a la reacción. Las derechas frente a la Segunda República (Cantabria, 1931-1936), por Manuel Ortiz Heras. Ángeles Egido (ed.), Memoria de la Segunda República. Mito y realidad, por Ángel Herrerín Conxita Mir (ed.), Llocs de Memòria amb Història, por Jordi Creus Carmelo Adagio y Alfonso Botti, Storia della Spagna democratica. Da Franco a Zapatero, por Maria Elena Cavallaro Lucía Prieto Borrego y Encarnación Barranquero Texeira, Población y Guerra Civil en Málaga: Caída, éxodo y refugio, por Encarnación Lemús Juan B. Vilar, La España del exilio. Las emigraciones políticas españolas en los siglos XIX y XX, por Carmen González Martínez Xosé M. Núñez Seixas, ¡Fuera el invasor! Nacionalismos y movilización bélica durante la guerra civil española (1936-1939), por Javier Muñoz Soro

10. Feliciano Montero (ed.), El "despegue" de la Iglesia, 2007/2

EXPEDIENTE Feliciano Montero, «La Iglesia en el tardofranquismo o el despegue de la Iglesia. Introducción».



Inicialmente preparamos este dossier sobre la Iglesia en el tardofranquismo bajo la rúbrica del “despegue” para significar el proceso de distanciamiento e incluso de oposición al Régimen de Franco que se opera en la Iglesia católica especialmente en la última década del franquismo. Un “despegue” que, según hemos explicado en otras ocasiones, se puede analizar como un proceso en dos niveles y en dos tiempos, Un distanciamiento crítico en las “bases” (organizaciones seglares y algunos clérigos) que se inicia a mediados de la década de los cincuenta y alcanza su punto culminante con la llamada crisis de la Acción Católica en 1966; y un distanciamiento de la Iglesia institucional, coincidiendo con el liderazgo de Tarancón en la Iglesia española y que tiene su expresión culminante en los trabajos y conclusiones de la Asamblea Conjunta (septiembre 1971) y en el documento episcopal colectivo “Iglesia y comunidad política” (febrero 1973). En medio de estas dos fases podríamos hablar de un tiempo de división y tensión, entre 1966 y 1970, de conflicto de la Conferencia Episcopal con la Acción Católica, y de relevo de una Conferencia episcopal por otra.
Se trata ciertamente de un proceso histórico bastante conocido y reconocido, sobre todo hace unos años ( aunque quizá hoy algo olvidado en el nuevo ambiente de confrontación Iglesia-Estado aconfesional y sociedad laica,). Pero un proceso estudiado y sobre todo reivindicado desde la militancia implicada, necesitada legítimamente de reconocimiento del papel relevante, positivo, jugado por la Iglesia en la transición a la democracia, y sobre todo en la pretransición, preparando el camino
[1]. No hace falta recordar que la expresión y el concepto “nacionalcatolicismo”, tan difundido y utilizado hasta nuestros días, fue acuñado por los propios intelectuales y teólogos católicos (Aranguren, González Ruiz, Alvarez Bolado) en el contexto de una revisión autocrítica del papel legitimador jugado por la Iglesia desde los orígenes del Régimen de Franco. El contraste en este sentido de la Iglesia con la otra institución fuerte del franquismo, el ejército, es muy notable. Cuando murió Franco la Iglesia en buena medida había hecho la transición, es decir había operado el “despegue”, facilitando así un proceso de transición pacífica, a favor de una corriente marcada sobre todo por la “reconciliación”.
Sociólogos y politólogos
[2], estudiosos de la transición, han dejado constancia de ese proceso. Quizá la historiografía académica ha sido más remisa en el estudio y reconocimiento al menos hasta la publicación del libro de Pere Ysás[3] sobre la “disidencia” en el que, basándose en la abundante documentación del Gabinete de Enlace del MIT, dedica un capítulo a la percepción gubernamental, alarmada, de la disidencia eclesial. Los estudios sobre Comisiones Obreras y en general sobre la oposición antifranquista sí contienen referencias más o menos extensas a la participación de militantes católicos o de antigua procedencia católica en las movilizaciones sociales, pero como si se tratara, como por otra parte no podía ser públicamente de otra manera, de una militancia a título individual[4]. Sobre todo se ha estudiado poco la disidencia institucional a pesar de las referencias inevitables al “caso Añoveros” o a la imprecación de la ultraderecha católica, “Tarancón al paredón”.

En todo caso, dejando al margen una valoración historiográfica más extensa del tratamiento que ha merecido hasta ahora, pensamos que valía la pena dar la palabra a jóvenes investigadores que habían leído sus tesis a finales de los 90’ o en los primeros años de este siglo; representantes por tanto de una generación nueva, no implicada directamente en los hechos, ajena o distante, por tanto, a razones meramente vindicativas o nostálgicas, que accede a nuevas fuentes documentales, y se plantea un estudio crítico en un marco estrictamente académico. Es decir en las condiciones de distancia y rigor académico a las que, en general, tanto le cuesta llegar a la historiografía española en el tratamiento de la historia religiosa contemporánea.
Esto es lo que une al elenco de jóvenes investigadores que escriben aquí síntesis de sus respectivas investigaciones sobre algunas de las dimensiones de un tema aún necesitado de muchos estudios monográficos. Se trataba de cubrir en lo posible las dos dimensiones o niveles de la disidencia, la de “base” y la institucional, aunque finalmente haya quedado más cubierta la primera que la segunda.
El estudio de Enrique Berzal nos presenta un cuadro útil de las distintas etapas y formas de disidencia y oposición, confesional y aconfesional, de la militancia católica antifranquista, con su perfil e identidad propia, enmarcable en lo que Díaz Salazar ha caracterizado bien como una, hasta ese momento inédita en España, “cultura política cristiana de izquierdas”. Distingue claramente dos tiempos diferentes: los años 50-60 de militancia católica específica, en el seno de las organizaciones apostólicas, aunque cada vez más implicada aconfesionalmente, anónimamente, en las movilizaciones y organizaciones clandestinas; y los años 70’, de inserción plena, en buena parte anónima, y en todo caso aconfesional, en la vanguardia de la lucha obrera y política más radical. Un ejemplo de esa radicalización es la propuesta de “organización de la clase” que plantea la HOAC. Por lo demás, en esos años finales del franquismo, nos recuerda Berzal la múltiple implicación del clero secular y parroquial en la reuniones y movilizaciones con la tolerancia o el apoyo de algunos de sus obispos. La amplia referencia a la radicalización de los 70’ deja abierta la cuestión de la difícil inserción de ese izquierdismo militante en el proceso moderado de ruptura pactada.
El trabajo de Mónica Moreno, autora pionera de una excelente tesis sobre la diócesis de Orihuela durante el franquismo, analiza, desde una perspectiva de género
[5], la aportación específica de las mujeres católicas, seglares y religiosas, a la transición democrática desde abajo a la vez que al movimiento feminista, y en el contexto de una lucha paralela por el cambio de la Iglesia institucional. Como ella misma plantea, su contribución es un primer desbroce de temas e hipótesis para investigaciones monográficas de cuestiones muy poco estudiadas hasta ahora. Especialmente en lo que se refiere a la posición de las congregaciones religiosas femeninas, en medio del aggiornamento postconciliar y del cambio social y político de los años 70’. Una posición que afectaba tanto o más al cambio interno de la Iglesia institucional, que al de la propia sociedad; revelando la estrecha implicación entre la difícil conversión de la Iglesia según el modelo del Vaticano II y la transición social y política, en este caso además en una dirección feminista.
El estudio de Pablo Martín de Santa Olalla sobre “El Concordato que no pudo ser”, una apretada síntesis de su documentada tesis, recientemente publicada, revela sobre todo las claves políticas que impidieron la firma de un nuevo Concordato. El fracaso de ese proyecto político, fundamental para la nueva legitimación católica del Régimen, revela los obstáculos insalvables que bloquearon las sucesivas negociaciones hasta la muerte de Franco: la doble resistencia, de Franco por un lado, a la renuncia del privilegio de presentación de obispos; y, de parte de la Iglesia, a la del “fuero eclesiástico”, fuente creciente de conflictos por la actividad sobre todo de los curas vascos. Pero sobre todo este estudio demuestra el peso específico de la Jerarquía española, bajo el liderazgo de Tarancón, en la frustración de las negociaciones, corroborando así, desde esta perspectiva bien concreta, la disidencia de la Iglesia institucional; independientemente de las posibles continuidades, que también pueden considerarse, entre los contenidos del Concordato frustrado y los futuros Acuerdos Iglesia- Estado de 1979.
En un estudio general del “despegue” de la Iglesia y del catolicismo español en el tardofranquismo no debería faltar un análisis específico de las peculiaridades nacionalistas. También incipientemente en el caso de Galicia, pero sobre todo en el caso vasco y catalán es conocido el papel específico jugado ya por esos catolicismos en el tiempo de la República, y cómo se vieron afectados especialmente por la imposición del nuevo Régimen. Entre otras investigaciones el estudio clásico de Anabella Barroso
[6] sobre el clero vasco presenta un cuadro muy completo de las fases de esa disidencia en las tres diócesis vascas. La historiografía catalana católica ha abordado también este tema desde una perspectiva preferentemente testimonial. Francisco Martínez Hoyos, autor de una tesis importante sobre la JOC en Cataluña, nos presenta un cuadro de conjunto de las distintas expresiones de disidencia católica antifranquista en Cataluña, coincidentes en parte con las del resto de España, representativas de esa especial articulación de la demanda nacionalista con la democrática.
Por supuesto quedan muchos otros temas por estudiar, tanto en el plano institucional como en las “bases”. En el institucional, sobre todo el impacto y la aplicación de los decretos del Concilio Vaticano II
[7], la celebración de la Asamblea Conjunta, la secularización creciente de sacerdotes, los conflictos y tensiones diocesanas suscitadas por las consecuencias pastorales y a la vez políticas de la nueva posición de la Iglesia. En los informes gubernamentales del Gabinete de Enlace del Ministerio de Información y Turismo (conservados en el AGA, Cultura) hay abundantes testimonios sobre esas tensiones, quizá sobredimensionadas por el propio Gobierno para frenar el despegue de la Iglesia institucional.
En cuanto a las “bases”, hace unos años coordinamos un número monográfico de XX Siglos sobre la AC en el franquismo en el que se presentaba también la aportación, mucho más desconocida, de la AC rural a los movimientos campesinos. Pero, aunque algo se ha hecho, quedaría sobre todo el estudio concreto de los trasvases de la militancia confesional a la militancia exclusivamente política, expresión concreta de procesos personales de secularización, crisis de fe o de identidad personal; o también el estudio concreto de los procesos de acercamiento y colaboración, con las tensiones y recelos consiguientes, entre cristianos y marxistas, y más concretamente entre el PCE y las organizaciones y militantes cristianos
[8]. Más allá de los halagos y elogios de un lado, y de las denuncias de infiltración de otro, sería interesante analizar con fuentes primarias contrastadas, de uno y otro lado, además del testimonio de los protagonistas, el alcance real de ese encuentro y colaboración.
Entre la Iglesia institucional y los movimientos seglares estaría el clero secular y regular, masculino y femenino, cuyo papel muchas veces de liderazgo y en otras de acompañamiento, fue fundamental en los movimientos juveniles y educativos, o en las movilizaciones vecinales con frecuencia sostenidas en la infraestructura parroquial, como ha puesto de relieve un estudio reciente de P. Radclif
[9] . Las historias de vida de esos curas son una fuente principal para la reconstrucción de esta historia.[1] Entre otros, LABOA, J.Mª, El postconcilio en España, Encuentro, 1988; los encuentros organizados por la revista XX siglos y publicados como números monográficos de la Revista, 16(1993), 22 (1994), 26(1995), 49 y 50 (2001); GONZALEZ DE CARDEDAL, Olegario (edit) La iglesia en España (1950-2000), Madrid, PPC, 1999; CASTELLS, HURTADO, MARGENAT. (eds), De la dictadura a la democracia. La acción de los cristianos en España (1939-1975) , Desclée, 2005.[2] PEREZ DIAZ, Victor “Iglesia y religión en la España contemporánea” en El retorno de la sociedad civil. I. E. Económicos, 1987; CASANOVA, José, Religiones públicas en el mundo moderno, Madrid, PPC, 2000, en especial las paginas referidas al caso español pp. 108-130; DIAZ SALAZAR, Rafael, Nuevo socialismo y cristianos de izquierda, HOAC, 2001; FOESSA, “Religión e Iglesia en el cambio político en España” en Informe sociológico sobre el cambio social en España, 1975-1983”,1983, Madrid, Euramerica .[3] YSAS, Pere, Disidencia y subversión. La lucha del régimen franquista por su supervivencia, 1960-1975, Crítica, 2004[4] VEGA, Ruben, señala muy bien esta contribución anónima en Las huelgas de 1962 en Asturias, Oviedo, Trea, 2002[5] Su estudio se suma a otros recientes, desde la perspectiva de la historia de género, sobre la acción católica en los años 20’ y 30’: BLASCO HERRANZ, Inmaculada, Paradojas de la ortodoxia. Políticas de masas y militancia católica femenina en España (1919-1939), Zaragoza, P.U. de Zaragoza, 2003, o GARCÍA CHECA, Amelia, Ideología y práctica de la acción social católica femenina (Cataluña, 1900-1930). Málaga, Atenea Universidad de Málaga, 2007[6] BARROSO, Anabella, Sacerdotes bajo la atenta mirada del Regimen franquista ( los conflictos sociopolíticos de la Iglesia en el País Vasco desde 1960 a 1975). Bilbao, Desclée, 1995.[7] Un ejemplo, el estudio de SERRANO BLANCO, L. Aportaciones de la Iglesia a la democracia desde la diócesis de Valladolid, 1959-1979. Salamanca, UPSA, 2006[8] Una aportación interesante en FERNANDEZ BUEY, F. “La influencia del pensamiento marxista en los militantes cristianos”, en Castells, Hurtado, Margenat, (eds) De la dictadura a la democracia. La acción de los cristianos en España (1939-1975), Desclée, 2005, 83-100. Una interpretación global en el estudio de DIAZ SALAZAR, R. Nuevo socialismo y cristianismo de izquierdas…op. cit..[9] RADCLIFF, Paloma, “La iglesia católica y la transición a la democracia. Un nuevo punto de partida”, en C. Boyd, Religión y Política en la España contemporánea. Madrid, CEPC, 2007, 209-230.






Enrique Berzal de la Rosa, «Católicos en la lucha antifranquista. Militancia sindical y política».






Mónica Moreno, «Mujeres en la transición de la iglesia hacia la democracia: avances y dificultades».





Pablo Martín de Santa Olalla, «El Concordato que nunca llegó a renovarse».






Francisco Martínez Hoyos, «Cristianos contra Franco en Cataluña»





Egohistoria
Mariano Esteban de Vega, El compromiso del historiador. Conversación con Antonio Morales.

El pasado del presente
César Tcach, «Dictaduras y organizaciones guerrilleras en Argentina, Brasil, Chile y Uruguay: ejercicio de un análisis comparativo».

Miscelánea

Enrique Moradiellos, «El doctor Negrín y las cuentas financieras del exilio republicano. Una ponderación rectificadora».

Abdón Mateos, «El Gobierno Negrín en el exilio: el Servicio de Evacuación de Refugiados».

Crónica

Aleksandra Leszczynska, «La España del Presente. El franquismo durante los años cincuenta. III Congreso de la Asociación de Historiadores del Presente».

Lectura
Ángela Cenarro, La sonrisa de Falange. Auxilio Social en la guerra civil y en la posguerra, por Rosario Ruiz Franco
José Luis Rodríguez Jiménez, Héroes e indeseables: la División Azul, por Luis Carlos Hernando Jesús de Juana López y Julio Prada(coords.), Lo que han hecho en Galicia. Violencia, represión y exilio (1936-1939), por Ruy Farías
Diego Caro Cancela, Los socialistas en la historia de Andalucía, por Pedro Feria Vázquez
José Luis de la Granja Sáinz, El oasis vasco. El nacimiento de Euskadi en la República y la Guerra Civil, por Xosé M. Núñez Seixas.
Fernando Hernández, Comunistas sin partido, por Cristina Rodríguez

11. Enrique Moradiellos (ed.), Miradas sobre España, 2008/1


EXPEDIENTE Enrique Moradiellos, "España: La mirada desde fuera".

Olga Novikova, «Las visiones de España en la Unión Soviética durante la guera civil española». Enrique Moradiellos, «Another country. Las imagenes sobre España en Gran Bretaña durante la guerra civil española».
Manuel Loff, «España en la mirada portuguesa: Ilusión, tragedia y terror».
Encarnación Lemus, «Los Estados Unidos y la imagen de la situación española en vísperas de la Transición política».

MISCELÁNEA Luis C. Hernando, «Buscando al militante. Consideraciones sobre el efecto de la tradición en la política de PSOE, 1954-1958».

Antonio Míguez y Fernando Molina, «José María Arizmendiarrieta y Mondragón: Cooperativismo cristiano y movimiento social en el franquismo (1941-1959)».

José L. Rodríguez Jiménez, «El papel de las familias en las gestiones para la liberación de los prisioneros de la División Española de Voluntarios en la URSS».







LECTURA José Babiano (ed.), Del hogar a la huelga. Trabajo, género y movimiento obrero durante el Franquismo, por Henrike Fesefeld; Michael Burleigh, Causas Sagradas. Religión y Política en Europa de la Primera Guerra Mundial al Terrorismo Islamista, por Luisa Marco Sola; Juan Avilés y Ángel Herrerín (eds.), El nacimiento del terrorismo en Occidente. Anarquía, nihilismo y violencia revolucionaria, por Hugo García; Rosario Ruiz Franco, ¿Eternas menores? Las mujeres en el franquismo, por Sofía Rodríguez López; Francisco Sevillano Calero, Rojos,.La representación del enemigo en la Guerra Civil, por José Luis Rodríguez Jiménez; José Antonio Ferrer Benimeli, Jefes de gobierno masones. España (1868-1936), por José Luis Rodríguez; Jiménez Ramón Garcia Piñeiro, Fugaos. Ladreda y la guerrilla en Asturias (1937-1947), por Secundino Serrano; Walther L. Bernecker y Sören Brinkmann, Kampf der Erinnerungen. Der Spanische Bürgerkrieg in Politik und Gesellschaft 1936-2006, por Antolín Sánchez Cuervo; Carme Molinero (ed.), La Transición, treinta años después, por Encarna Lemus





12. Juan Bautista Vilar y Abdón Mateos (coords.), El final de la guerra civil, 2008/2
El final de la guerra civil: represión y exilio. Introducción

“La Guerra de España no ha terminado. Conocemos el fin de las operaciones militares, pero el conflicto continúa. Guerra es, también, toda especie de lucha y combate, aunque sea en un sentido moral”
Julián Zugazagoitia (1940)

“Si en España se sigue, como se está haciendo ahora, con la política de persecutoria de los primeros meses de la guerra, se irá al hundimiento de España, porque el germen de rencores y de odios que dejará tras de sí será de tal naturaleza que su huella no desaparecerá”
Juan Negrín, 1 de abril de 1939

A partir del hundimiento de la República en enero de 1939 y hasta el final de la guerra dos meses más tarde, el tiempo para impulsar una solución negociada o, aún, una intervención internacional humanitaria, se estaba agotando rápidamente. Esto no quiere decir que la única posibilidad que tenía la población republicana para evitar una derrota completa, sin ningún tipo de concesión por parte de Franco, fuera la resistencia numantina en algún reducto pirenáico o levantino, como parecía defender el presidente del gobierno Juan Negrín y alguno de sus ministros como Julio Álvarez del Vayo. Tras Munich, ya no había tiempo, ni condiciones interiores y exteriores, para una suspensión de hostilidades como habían defendido el presidente de la República, Manuel Azaña, y el que fuera ministro de Defensa y líder del PSOE, Indalecio Prieto, desde el año 1937 y, sobre todo, tras la debacle de Aragón que permitió a las tropas franquistas llegar al Mediterráneo y partir en dos el territorio en manos de los gobiernos del Frente Popular.

Incluso los planes para una evacuación masiva y ordenada de los responsables republicanos y de sus familias hacia América, sobre los que Prieto había insistido desde la primavera de 1938, no habían terminado de concretarse ni en México ni en Europa o el norte de África. Parecía que Negrín lo había confiado todo a que la resistencia y la capacidad defensiva del Ejército Popular permitiera, al menos, una intervención humanitaria del Reino Unido y de la República francesa que limitara las represalias y permitiera la evacuación de una minoría de responsables políticos. Nada había preparado en Francia o en México cuando se produjo el pronunciamiento de Casado con apoyo de los partidos políticos y sindicatos, salvo el comunista. Lo único que se había preparado antes del reconocimiento de Franco por las potencias democráticas europeas era el resguardo de una parte de los bienes de la República en el exterior y el traslado de algunos otros desde España al extranjero, poniéndolos a buen recaudo, hasta que las tornas del contexto internacional permitieran a Negrín volver con su gobierno a España. Como dijo en una reunión de los ministros socialistas con la dirección del PSOE el 19 de julio de 1939, el problema de los refugiados, dada su magnitud, no lo resolvería ni todo el oro de Creso. Contra este legalismo, por encima de la voluntad de instituciones democráticas, como los partidos políticos y los representantes de la voluntad popular, se manifestó una mayoría republicana en la diáspora de la emigración. El principal aglutinante de esta mayoría parlamentaria y de la voluntad de liquidar lo que restara de la legalidad del gobierno Negrín en el exilio, fue el líder del PSOE Indalecio Prieto. Esta iniciativa no fue una desgracia para España ni para el futuro del partido socialista.

La victoria de Franco no fue completa ni la guerra había terminado, pues no llegó la paz con el fin de las hostilidades. La voluntad franquista de revancha y de liquidar todo lo que había significado la experiencia democrática republicana (pese a sus limitaciones), dejó una huella de rencor que impediría la concordia de los españoles hasta que no hubiesen desaparecido la mayor parte de los protagonistas de la guerra de España. La pervivencia de instituciones políticas del período republicano aunque solamente fueran los partidos políticos y algún tipo de junta o comité en el exilio era un permanente elemento de denuncia internacional de la ilegitimidad del franquismo.

Además, enseguida, se diseñaron nuevos proyectos políticos desde el exilio, una vez constatada la impotencia de los antifascistas derrotados por sí mismos para derribar a Franco y la reedición de la No Intervención tras el final de la segunda guerra mundial, para disgregar la coalición reaccionaria franquista y permitir un plan de transición a la democracia que permitiera la reconciliación entre los españoles. Había que intentar la concordia y la convivencia pacífica en el futuro de los antiguos derrotados republicanos con sectores como católicos y monárquicos liberales que se habían distanciado del franquismo. Como dijo Manuel Azaña en su discurso a los españoles de julio de 1938 solamente cabía esperar en que los responsables políticos pensaran en un futuro en el que reinara la Paz, la Piedad y el Perdón.

Juan Bautista Vilar y Abdón Mateos



Introducción
Francesc Vilanova, "El derrumbe. Los últimos días de la República en Cataluña"
Juan Bautista Vilar, "El exilio español de 1939 en el norte de África"
Lidia Bocanegra, "Argentina en la guerra de España"

Egohistoria

Ana Martínez Rus, "Un paseo por la vida y la historia. Conversación con Antonio Elorza"

El pasado del presente

Álvaro Soto y otros, "Transición a la democracia y derechos humanos en Chile"


Miscelánea

María Fernández Moya, "Editores españoles a ambos lados del Atlántico"
José A. Pérez y Carlos Carnicero, "Los años de plomo"
Rubén Vega, "Demócratas sobrevenidos y razón de Estado"
Pau Casanellas, " Los últimos zarpazos del franquismo"

Lectura

13. Xosé M. Núñez Seixas (ed.), ¿Una patria invisible? El nacionalismo español durante la Transición (1975-1982), 2009/1






Introducción






Las dinámicas históricas del nacionalismo español, entendido como discurso político, construcción cultural y como inspirador de la agencia institucional del Estado, han pasado durante la primera década del siglo XXI de constituir un protagonista desconocido de la Historia Contemporánea de España durante los siglos XIX y XX a convertirse en uno de los temas más cultivados y transitados de las investigaciones en Historia Contemporánea, Sociología y Ciencia Política que se ocupan del inagotable filón de la cuestión nacional en la piel de toro.[1] Sigue existiendo, empero, un notable desequilibrio entre la atención dedicada al estudio del nacionalismo español durante el período 1808-1939, y la dirigida al análisis del fenómeno durante el franquismo y el período posterior de la Transición y Consolidación democráticas, si bien para este último caso contamos con monografías y aproximaciones cada vez más completas tanto desde la perspectiva de la Historia Contemporánea como desde enfoques sociológicos y politológicos, que abordan mayormente la cuestión desde el análisis de los debates constitucionales, de los programas de los partidos políticos, los debates intelectuales, las prospecciones sociológicas sobre sentimientos identitarios y las disputas publicísticas usuales desde fines de la década de 1990.[2]
No deja de ser una cuestión paradójica, cuando la cuestión nacional-territorial, uno de cuyos actores en presencia es, justamente, el nacionalismo español, suele ser señalada como una de las cuestiones más candentes que tuvieron que resolver las élites políticas que protagonizaron la Transición, y con la que hubieron de lidiar en particular los ponentes de la Constitución de 1978, como bien nos recordaba Jordi Solé Tura.
[3] La resolución sólo provisional del pleito nacional constituiría también para algunos publicistas la mayor asignatura pendiente de la Transición democrática, particularmente desde la publicística generada por los nacionalismos subestatales. Estos últimos empezaron a señalar desde fines de la década de 1990 que era preciso culminar una “segunda transición” que resolviese de forma definitiva la fallida asunción de España como un Estado multinacional y por tanto reconociese el derecho de autodeterminación de las naciones auténticas que en él convivirían, objetivo que no habría sido posible en 1978 por las presiones militares, y que generaría un déficit democrático en materia de derechos colectivos que colearía hasta hoy.[4] Por el contrario, para más de un publicista, periodista o historiador conservador, y no sólo conservador, es hora de recuperar la conciencia nacional española, renegar de los excesos identitarios antiespañoles de la Transición, y recuperar en plenitud y regeneración democrática la idea de España como garante de los derechos individuales y el bienestar social, en oposición a unos nacionalismos periféricos insolidarios, étnicamente excluyentes y, además, sospechosos en algunos casos de tibieza hacia el terrorismo de ETA.[5] En todo caso, parece indudable que la cuestión nacional ocupa de modo constante buena parte de la agenda política española desde la Transición, rasgo que España sólo comparte en el ámbito de Europa occidental con Bélgica y —en parte— con Gran Bretaña.
Sin embargo, en el estudio de las dinámicas políticas y de los discursos e imaginarios políticos y culturales imperantes en la esfera pública española desde el fin del franquismo se sigue otorgando prioridad a cómo se autorrepresentaron y reivindicaron los periféricos, los nacionalismos opuestos al español. El conocimiento de la identidad nacional mayoritaria de los españoles, y de sus grados de hibridación y/o convivencia con otras identidades territoriales, sean éstas nacionales de otro signo, regionales, locales o provinciales, constituye todavía un amplio campo por explotar. Dentro de él, con todo, la reticencia de una buena parte del ámbito académico español a aceptar la mera existencia del fenómeno —el nacionalismo español, a menudo referido como patriotismo o como defensa de una nación política compatible con diversas naciones culturales o nacionalidades, pero no siempre reconocido como tal y, por tanto, negado como objeto de estudio, sin que la discusión conceptual sea abordada en profundidad salvo excepciones
[6]— contribuye en exceso a revestir la discusión intelectual de ribetes presentistas y de pragmatismos –en el sentido de identificación con el objeto de estudio— explícitos e implícitos. Son vicios historiográficos largamente denostados y, podemos decir, cada vez más superados en el campo del estudio de los nacionalismos subestatales, que hace tiempo que dejaron atrás la época de los análisis pasionales y reivindicativos desde una óptica patriótico-revolucionaria o simplemente primordialista, aunque ejemplos sigue habiendo—. Pero que sin embargo sólo son reconocidos de forma crítica cuando desde la periferia (en la acepción más corriente del término) se denuncia toda forma de manifestación cultural o ideológica calificable de nacionalista española en el pasado y el presente como una forma de autoritarismo excluyente y potencialmente antidemocrático.[7] O cuando desde el centro (también hablando en términos metafóricos) se identifica igualmente toda análisis crítica y desapasionada del nacionalismo español como una ofensiva intelectual de los nacionalistas historiográficos de la periferia necesitados de vapulear a un pelele inventado y, se presupone, condescendientes con la asunción acrítica de mitos historiográficos al servicio de los nacionalismos subestatales. Posición en la que coinciden los diversos publicistas y comentaristas pseudoacadémicos de algunos de los principales medios de comunicación de orientación conservadora; pero que igualmente dan lugar a prejuicios apriorísticos que en ocasiones asoman la oreja entre académicos profesionales.[8]
A través de los artículos que conforman este expediente se puede apreciar cómo un análisis desapasionado y neutral en lo identitario, basado en premisas analíticas y teóricas explícitas y racionales, y que no adopta un parti pris identitario, es no sólo deseable sino posible. Y de que el nacionalismo español se puede definir como objeto de estudio, acotar y analizar. Al mismo tiempo, también muestran que es hora de historiar debidamente el nacionalismo español del tardofranquismo y la Transición, de ir a las fuentes, contrastar testimonios y analizar discursos e imaginarios, antes que presuponer su dilución virtual en la esfera pública de la década de 1970. Y que el nacionalismo español, entendido como reivindicación consciente de la existencia de una nación, España, identificada con sus actuales límites territoriales y como tal, único sujeto de derechos políticos colectivos, adoptaba lecturas y versiones diferentes, pues la formulación de cómo surgía y qué factores definían diacríticamente esa nación, quiénes eran ciudadanos de ella y cómo se definían los criterios para ser miembro de la nación variaban según los partidos y tendencias político-ideológicas. Había no una única versión canónica del nacionalismo español, sino varias, como tampoco había una sola variante del nacionalismo catalán, vasco o gallego. Y esa versión no sólo salía a la luz a la hora de definirse acerca de la estructuración territorial del Estado y cuando era necesario proponer alternativas a las propuestas de los nacionalismos subestatales.
Con ese fin, David Sánchez Cornejo (Universidad Autónoma de Madrid) aborda la diversidad de posicionamientos acerca de la nación española, su definición y su estructuración territorial e institucional deseable, que convivieron dentro del partido protagonista de la primera fase de la Transición, la Unión de Centro Democrático. Alejandro Quiroga (University of Newcastle) vuelve a abordar la cuestión de la relación entre las izquierdas y la nación española durante el tardofranquismo y la Transición, ya tratada por él mismo en otras contribuciones anteriores, y muestra que no sólo se trataba de una posición reactiva y circunstancial, sino también proactiva, aunque no exenta de contradicciones. Fernando Molina (Universidad del País Vasco) examina el papel que la oposición al nacionalismo vasco, y a lo vasco como estereotipo de adversario de la nación española ahora personificado en el terrorismo de ETA, ha jugado en la (re)activación del nacionalismo español, y cómo —tema igualmente abordado por el autor en trabajos anteriores— esas imágenes se basan en iconos de alteridad forjados en épocas anteriores. Por nuestra parte, y volviendo también sobre algunas cuestiones tratadas en trabajos anteriores, intentamos demostrar cómo la eclosión de reivindicaciones territoriales de cariz autonomista y regionalista durante el tardofranquismo y la Transición puede ser interpretada como una manifestación de nacionalismo español regionalizado, que tiene mucho de reactiva ante el desafío planteado por los nacionalismos subestatales, pero también de vía de expresión discursiva y simbólica de una identidad nacional española a través de la pluralidad de adscripciones identitarias y la construcción de identidades subnacionales, en un contexto además de deslegitimación pública del nacionalismo español explícito.
Este dossier sólo pretende dar un paso más en el avance de los estudios sobre la cuestión nacional en la España contemporánea. Al tiempo, quiere ser un alegato a favor de la historicización del nacionalismo español, como de cualquier otro nacionalismo, de Estado o sin Estado. Comprender no significa reivindicar ni condenar. Simplemente aspiramos a explicar y analizar un fenómeno complejo. Como coordinador que ha tenido el honor de contar con la colaboración de autores solventes en la materia, sólo me queda agradecerles a ellos su participación, a los evaluadores su contribución al resultado final, y al Consejo de Redacción de Historia del Presente la buena acogida de esta propuesta. Es el público lector el que ha de juzgar los trabajos aquí recogidos, y si hemos logrado, al menos en parte, nuestro propósito.
[1] Vid. como contraste nuestros panoramas historiográficos en 1997 y en 2007: Núñez Seixas, X. M.: «Los oasis en el desierto. Perspectivas historiográficas sobre el nacionalismo español», Bulletin d'Histoire Contemporaine de l'Espagne, 26 (1997), pp. 483-533, e id.: “De impuras naciones: Historiografía reciente y cuestión nacional en España”, Alcores, 4 (2007), pp. 211-239.[2] Vid. entre otros ejemplos recientes Balfour, S., y Quiroga, A.: España reinventada. Nación e identidad desde la Transición, Barcelona, Península, 2007; Bastida, X.: La nación española y el nacionalismo constitucional, Barcelona, Ariel, 1998; Béjar, H.: La dejación de España. Nacionalismo, desencanto y pertenencia, Madrid, Katz, 2008; Taibo, C. (ed.): Nacionalismo español. Esencia, memoria, instituciones, Madrid, Los Libros de la Catarata, 2007, y Núñez Seixas, X. M.: “What is Spanish Nationalism today? From Legitimacy Crisis to unfulfilled Renovation (1975-2000)”, Ethnic and Racial Studies, 24:5 (2001), pp. 719-752.[3] Solé Tura, J.: Nacionalidades y nacionalismos en España: autonomía, federalismo, autodeterminación, Madrid, Alianza, 1985.[4] Por ejemplo: Carod-Rovira, J.-Ll.: Jubilar la transició. Una proposta nova per al segle XXI, Barcelona, Columna, 1998.[5] Por citar un ejemplo reciente, vid. Abascal, S., y Bueno, G.: En defensa de España. Razones para el patriotismo español, Madrid, Fundación para la Defensa de la Nación Española / Eds. Encuentro, 2008.[6] Postura defendida, por ejemplo, de Andrés de Blas (Sobre el nacionalismo español, Madrid, CEPC, 1990, y Escritos sobre nacionalismo, Madrid, Biblioteca Nueva, 2008), cuyos valiosos trabajos sobre el nacionalismo español durante la Transición revistieron un carácter, por lo demás, pionero.[7] Por ejemplo, Sort i Jané, J. Mª, O nacionalismo español, Santiago de Compostela, Laiovento, 1997.[8] Además de los argumentos circulares y/o tautológicos que suelen caracterizar las críticas de algunos publicistas, para quienes la mera “equiparación” de terminologías entre nacionalismo subestatal y patriotismo de Estado les parece injustificable sin más explicación (p. ej., Elía Mañú, O.: “Justificando el Pacto de El Tinell”, en: http://www.gees.org/articulo/5183/, última consulta: 29.4.2009), o del inefable todólogo carpetovetónico P. Moa: “¿Desde cuándo existe España?”, Historia de Iberia viva, 1 (2005), pp. 6-8, tales prejuicios de vez en cuando afloran en autores académicos. Caso, por ejemplo, de Béjar (La dejación, p. 252), cuando presupone militancia historiográfica nacionalista [gallega] al autor de estas líneas por deconstruir el discurso nacionalista español de la derecha en un artículo reciente. Independientemente de que nuestros análisis puedan y deban ser criticables, quienes tal militancia presuponen deberían antes informarse mínimamente y leer los análisis, no menos constructivistas en lo teórico, que esos supuestos nacionalistas historiográficos han escrito acerca de la historia de los nacionalismos subestatales. Pero ya se sabe: ars longa, vita brevis.



Xosé Manoel Nuñez Seixas




Introducción
-La Unión de Centro Democrático y la idea de España: La problemática reelaboración de un discurso nacionalista para un contexto democrático, David Sánchez Cornejo.
- La flexibilidad de la patria en tiempos de coyunturas críticas. La izquierda y la idea de España durante la transición, Alejandro Quiroga Fernández de Soto.
— El nacionalismo español y la “guerra del norte”, 1975-1981, Fernando Molina Aparicio.
— El nacionalismo español regionalizado y la reinvención de identidades territoriales, 1960-1977, Xosé M. Núñez Seixas.

EL PASADO DEL PRESENTE

Historia y memoria en Alemania, 1949-2009, Edgar Wolfrum.

MISCELÁNEA

— Ellos y nosotros. La Cumbre de Chiberta y otros intentos de crear un frente abertzale en la Transición, Gaizka Fernández Soldevilla.
— No somos bandoleros. Justificación del uso de la fuerza en la guerrilla asturiana (1937-1952), Ramón García Piñeiro.
— Los terrorismos en la crisis del franquismo y en la transición política a la democracia, José Luís Rodríguez Jiménez.

LECTURA

— R. MARTÍNEZ (ed.), La Seconde République Espagnole. Actes du Colloque organisé sous l’égide du Grand Orient de France par la loge Guernica de Bordeaux, Pau, Éditions Cairn, 2008, por Pablo Jesús Carrión Sánchez.
— Ricardo ROBLEDO (ed.), Esta salvaje pesadilla. Salamanca en la guerra civil española, Crítica, Barcelona, 2007, por Hilari Raguer.
— Javier RODRIGO, Hasta la raíz. Violencia durante la guerra civil y la dictadura franquista, Madrid, Alianza, 2008, por Eduardo González Calleja.
— Óscar J. RODRÍGUEZ BARREIRA, Migas con miedo. Prácticas de resistencia al primer franquismo. Almería, 1939-1953, Almería, Universidad de Almería, 2008, por Ana Cabana Iglesia.
— Götz ALY, La utopía nazi. Cómo Hitler compró a los alemanes, Barcelona, Crítica, 2006, por Javier Rodrigo.
— Joan Maria THOMÀS, Roosevelt y Franco. De la guerra civil española a Pearl Harbor, Barceona, Edhasa, 2007, por Misael Arturo López Zapico.
— Antonio ARIZMENDI y Patricio de BLAS, Conspiración contra el Obispo de Calahorra, Madrid, Edad, 2008, por Luisa Marco Sola.
— Manuel ORTIZ HERAS (coord.), Movimientos sociales en la crisis de la dictadura y la transición: Castilla-La Mancha, 1969-1979, ALMUD, Ediciones de Castilla-La Mancha, Ciudad Real, 2008, por Carmen González Martínez.
— Juan B. VILAR, Josefa Gómez FAYRÉN, Pedro M.ª EGEA BRUNO, María José VILAR, Migración de retorno desde Europa. Su incidencia en la modernización de la Región de Murcia (1975-2005), Murcia, Servicio de Publicaciones de la Universidad de Murcia, 2008, por Bárbara Ortuño Martínez
— Luís María DÍEZ-PICAZO y Ascensión Elvira PERALES, La Constitución de 1978 [Tomo IX de Miguel ARTOLA (dir.), Las Constituciones Españolas], Madrid, Iustel, 2008, por Álvaro Soto Carmona.
— Ramón GARCÍA PIÑEIRO, Mineros, sindicalismo y huelgas. La Federación Estatal Minera de CCOO (1977-1992), Oviedo, Fundación Juan Muñiz Zapico/KRK, 2008, por Rubén Vega.
— Fernando MARTÍNEZ RUEDA y Mikel URQUIJO GOITIA, Materiales para la historia del Mundo Actual, 2 vols, Madrid, Istmo, 2006, 2 tomos, por Coro Rubio Pobes.
— Claire MOON, Narrating Political Reconciliation. South Africa’s Truth and Reconciliation Commission, Lanham, Lexington Books, 2008, por Ángel Rodríguez Gallardo.





14. Juan Áviles (ed.), Terrorismos en la España democrática, 2009/2









El terrorismo ha adquirido en las últimas décadas una presencia casi constante en los medios de comunicación. No es sorprendente que así sea, porque se trata de una forma de violencia política que depende para sus fines del eco mediático que amplifica su mensaje. La insurrección armada o la guerrilla tratan de alcanzar sus fines mediante la ocupación de segmentos de territorio, pero el terrorismo no tiene esa dimensión territorial, sino que el efecto perseguido es hacer llegar su mensaje a una población o segmento de la misma, a la que se pretende o bien atemorizar o bien estimular a la lucha. Desde hace más de un siglo se viene por ello discutiendo si se debería combatir el terrorismo mediante el silencio informativo, pero este sería incompatible con la libertad de prensa y con el derecho de los ciudadanos a recibir información. Así es que pequeños grupos, carentes del apoyo necesario para alcanzar el poder por la vía electoral, montar una insurrección armada o un movimiento guerrillero, utilizan la violencia terrorista para darse a conocer e incluso obtener concesiones de los gobiernos. Dado el fanatismo que suele caracterizar a los grupos terroristas, la falta de apoyo popular significativo y la ausencia casi total de perspectivas de triunfo, como en el caso español de los GRAPO, no tiene por qué desanimarles a corto o incluso a medio plazo. Si embargo un grupo terrorista resulta tanto más efectivo si sus objetivos son vistos con simpatía por una parte de la población afectada, como ocurre en el caso de ETA, cuyo apoyo popular se ha visto sin embargo erosionado a la largo de los años.
La peligrosa dedicación a la violencia clandestina y el desprecio a la vida humana que caracterizan al terrorismo implican que quienes lo practican se inspiren en fuertes, aunque no necesariamente sofisticadas, convicciones ideológicas. El terrorista suele matar en nombre de la Revolución, del Orden, de la Nación o de la Religión y la democracia española ha tenido el triste privilegio de haber sufrido en las últimas décadas la acción de terroristas de todos estos tipos. El terrorismo nacionalista de ETA ha sido el más continuado y letal, pero el terrorismo de extrema izquierda y el de extrema derecha jugaron un papel de cierta importancia en los años más difíciles de la transición democrática, mientras que el terrorismo religioso de los yihadíes fue responsable de los atentados más mortíferos de nuestra historia, los del 11-M. De ahí el interés de presentar un dossier que aborde el impacto de estos distintos tipos de terrorismo en nuestra historia reciente.
En su artículo “La violencia terrorista en la transición española a la democracia”, Ignacio Sánchez-Cuenca parte de la base de datos sobre víctimas mortales de la violencia política en los años 1975 a 1982 que ha elaborado con Paloma Aguilar. Como nadie que viviera el período puede haber olvidado, la violencia política tuvo un fuerte impacto en el desarrollo de la transición. No se alcanzaron los niveles que marcaron la experiencia democrática de 1931 a 1936, pero las 665 víctimas mortales de la violencia política identificadas por Sánchez-Cuenca y Aguilar representan una elevada cifra que contrasta con la escasa incidencia de las muertes violentas que se produjo en los casos contemporáneos de la transición a la democracia en Portugal y Grecia. La mayor parte de esas muertes, 485 precisa Sánchez-Cuenca, se produjeron como resultado de ataques terroristas. En particular ETA, en sus distintas versiones, fue responsable de 355 muertes. La pregunta crucial que se plantea Sánchez-Cuenca es la del motivo por el cual la máxima intensidad de la violencia terrorista no se produjo en los momentos iniciales de la transición, sino en los años en los años 1978 a 1980, en los que se consolidaron las nuevas instituciones democráticas. Su respuesta es que el mayor auge del terrorismo se produjo cuando el gran pacto democrático entre los moderados de todas las tendencias políticas supuso el triunfo de un modelo inaceptable para las franjas extremas del nacionalismo, de la izquierda revolucionaria y de la derecha franquista.
Lorenzo Castro proporciona en su artículo “El terrorismo revolucionario en España” una documentada historia de los dos grupos que representaron sucesivamente la muy minoritaria franja terrorista que surgió en el seno de la izquierda maoísta. El GRAPO en particular ha sido uno de los grupos más mortíferos en la reciente historia de Europa occidental y a pesar de su escasísimo apoyo social jugó un papel importante para generar, junto a la extrema derecha, la sensación de amenaza que la sociedad española vivió en un momento crucial de la transición, durante los primeros meses de 1977. Ello llevó a algunos a sospechar por entonces que se trataba de una organización espuria manipulada por oscuros agentes en el contexto de una “estrategia de la tensión” destinada a frustrar la transición a la democracia. Quizá alguien siga creyéndolo hoy día, pero lo cierto es que no ha aparecido la más mínima prueba de ello. La verdad, tal como la expone Lorenzo Castro, es más sencilla pero no menos interesante. Los GRAPO nacieron en el contexto, cada vez más difícil de imaginar dada la evolución histórica de estas últimas décadas, de la radicalización violenta de grupos de la nueva izquierda que se produjo en diversos países europeos en los años setenta del pasado siglo. Su historia es la de una organización extremadamente cerrada a las influencias exteriores, que generó una fuerte identidad colectiva entre sus miembros, por lo que la ruptura resultaba traumática. Su último asesinato se ha cometido en 2006.
El terrorismo de extrema derecha es el peor conocido de todos los que ensangrentaron la transición y sus conexiones subterráneas han dado lugar a diversas especulaciones, basadas en escasas pruebas. La cuestión fundamental es la que plantea Xavier Casals en el propio título de su artículo: “¿Existió una estrategia de la tensión en España?”. Hubo incidentes violentos aislados, hubo grupos violentos organizados, como el Frente Nacional de la Juventud de Barcelona y el Frente de la Juventud de Madrid, hubo participación de fascistas extranjeros y hubo conexiones con elementos de la administración del Estado y en particular con miembros de las fuerzas de seguridad, pero ¿respondía todo ello a una estrategia coordinada que pretendía desacreditar a las nuevas instituciones? La respuesta de Casals es contundente: la extrema derecha violenta careció en aquellos años de estrategia. No hubo “estrategia de la tensión” ni de ningún otro tipo y los crímenes violentos de la extrema derecha contribuyeron más bien a reforzar el apoyo al consenso democrático por parte de la gran mayoría social.
Los aficionados a las distintas teorías de la conspiración, que frecuentemente aparecen en relación con fenómenos tan oscuros como el terrorismo, encontrarán poca satisfacción intelectual en este dossier. Los GRAPO eran una organización revolucionaria sin conexiones ocultas, nadie coordinó una estrategia de la tensión en los años de la transición democrática y los atentados del 11-M fueron obra exclusiva de un grupo yihadista. En su artículo “Los atentados del 11-M y el movimiento yihadista global” Juan Avilés sitúa ese trágico episodio en el contexto de otros ataques más o menos similares como los que se produjeron en Casablanca y en Londres. En todos los casos se observa la acción de grupos locales, pero también hay evidencia de conexiones más amplias, que no han podido ser esclarecidas por la investigación policial. Así es que se enfrentan dos grandes tendencias interpretativas, la que piensa que el movimiento yihadista global se basa en grupos locales movidos por una común ideología y conectados de manera indirecta y los que piensan que pudiera haber una dirección estratégica común. El artículo de Avilés explora el significado estratégico del 11-M y algunas conexiones significativas del grupo que las perpetró, aunque no llega a conclusiones definitivas respecto a la cuestión de si la decisión de atentar se tomó en Madrid o vino de fuera.
Juan Avilés


















EXPEDIENTE

Introducción, Juan Avilés

Ignacio Sánchez-Cuenca, La violencia terrorista en la transición

Xavier Casals, ¿Exisitió una estrategia de la tensión en España?

Lorenzo Castro, El terrorismo revolucionario en España

Juan Avilés, Los atentados del 11-M y el movimiento yihadista global

EGOHISTORIA

Álvaro Soto, La Historia, siempre. Conversando con Miguel Artola

EL PASADO DEL PRESENTE

José M. Faraldo, Ocupantes y ocupados. La memoria de la II Guerra Mundial en Europa central y oriental

MISCELÁNEA

Ferrán Archilés, El "olvido" de España. Izquierda y nacionalismo español en la Transición

Stefanie Shüler, El mito de Güernica

Emanuele Treglia, Las huelgas de mayo de 1962 a la luz de la prensa italiana

Rodrigo Araya, Asegurar el pan y la libertad. La postura de CC.OO ante el Pacto de la Moncloa

LECTURA

Félix Hernández, Daniel Lanero, Miguel A. del Barco, José M. Faraldo, Felipe Nieto, Rafael Cruz, Emilia Martos, Julián Sanz Hoya, Óscar J, Martín, Joan M. Thomas



15. Javier Rodrigo (ed.), El primer franquismo: nuevas visiones, 2010/I


EXPEDIENTE
Javier Rodrigo, El principio del Movimiento. Introducción
 Julián Sanz Hoya, Jerarcas, caciques y otros camaradas
 Javier Tébar, Con la espada y el arado: la política de Correa Veglison en Barcelona (1940-1945).
Damián González Madrid, De los bienes de propios al principio del beneficio. Las bases tributarias de la hacienda municipal franquista, 1939-1958.
 Miguel Ángel del Arco Blanco, El estraperlo: pieza clave en la estabilización del franquismo.

EGOHISTORIA

Fernando Hernández, Entre Clío y las Cancillerías. Ángel Viñas.


EL PASADO DEL PRESENTE
 Pedro Martínez Lillo, Reflexionar Iberoamérica. España y los bicentenarios de las independencias.
 Joaquín Fernandois, Del descubrimiento de los Estados nacionales a la difícil interdependencia: bicentenario de las relaciones internacionales de América Latina.
 Bernardo Subercaseax, Historia de las ideas y la cultura en Chile e Hispanoamérica. Un enfoque en torno a los Bicentenarios.

MISCELÁNEA

 Aurelio Velázquez, ¿Asistencia social o consolidación institucional? La labor de ayuda del Gobierno Republicano Español en el Exilio (1945-1949).
 Rafael García Pérez, Redefinir la política exterior. Iniciativas contrapuestas de los gobiernos del PP y del PSOE, 2000-2009.

DEBATE

 María Elena Cavallaro y Abdón Mateos (eds.), El uso público comparado del Antifascismo y del Antifranquismo.

LECTURA



16. Xavier Domenech (ed.), Movimiento vecinal y cambio político, 2010/2


Introducción. El movimiento vecinal y la historia social del antifranquismo

Claudia Cabrero Blanco, Género, antifranquismo y ciudadanía. Mujeres y movimiento vecinal en la Asturias del Desarrollismo y el Tardofranquismo.

Xavier Domènech, Orígenes. En la protohistoria del movimiento vecinal durante el franquismo

Iván Bordetas Jiménez, El movimiento vecinal en el tránsito de la resistencia a la construcción de alternativas



EL PASADO DEL PRESENTE

Raquel Varela, ¿Conflicto o cohesión social? Apuntes sobre historia y memoria de la Revolución de los Claveles (1974-1975).



EGOHISTORIA

Montserrat Duch: Mujeres del mundo. Conversación con Mary Nash



MISCELÁNEA

Emanuele Treglia, La elección de la vía nacional. La Primavera de Praga y la evolución política del PCE

Roberto Ceamanos Llorens, La historiografía francesa sobre el PCF. Controversias científicas y polémicas (1964-2010).

Carlos Sola Ayape, La búsqueda de la fórmula y el oportunismo político del presidente José López-Portillo en la reanudación de las relaciones hispano-mexicanas (marzo de 1977).

José Antonio Rubio Caballero, La memoria escindida. El pasado del nacionalismo bretón, entre la rehabilitación y el repudio.



DEBATE:

Manuel Ortiz Heras, La Iglesia ¿rompió con el franquismo?



Feliciano Montero, El “despegue” de la Iglesia



LECTURA

17. Lorenzo Delgado y Pablo León (eds.), El sueño americano. Americanización y franquismo, 2011/1



EXPEDIENTE. Americanización y franquismo. Lorenzo Delgado y Pablo León (Eds)



Lorenzo Delgado y Pablo León. Introducción

Adoración Álvaro Moya: Guerra Fría y formación de capital humano durante el franquismo. Un balance sobre el programa estadounidense de ayuda técnica, 1953-1963



Óscar J. Martín García: «Walking on Eggs». La diplomacia pública de los Estados Unidos y la protesta estudiantil en España, 1963-1969


Iván Iglesias: «Vehículo de la mejor amistad»: el jazz como propaganda estadounidense en la España de los años cincuenta


Francisco J. Rodríguez Jiménez: ¿«Misioneros de la Americanidad»? Promoción y difusión de los American Studies en España, 1969-75


EGOHISTORIA

Enrique Moradiellos: Entre el género y los ritos. Entrevista con Giuliana di Febo


EL PASADO DEL PRESENTE

Jorge Marco: Ecos partisanos. La memoria de la resistencia como memoria conflictiva

MISCELÁNEA

Antonio Muñoz Sánchez: Europeizar es democratizar. El SPD y la España del tardofranquismo

Giulia Quaggio: Política cultural y transición a la democracia: el caso del Ministerio de Cultura UCD (1977-1982)
Óscar Rodríguez Barreira: Auxilio Social y las actitudes cotidianas en los Años del Hambre 1937-1943



DEBATE


Pedro C. González Cuevas, El Holocausto de Paul Preston


Gutmaro Gómez Bravo, Una visión exterminista del pasado español


Ismael Saz, Va de revisionismo


MEMORIA


Felipe Nieto, Jorge Semprún (1923-2011): Entre la política y la escritura, los combates por la libertad

HISTORIA DEL PRESENTE  18, 2011/2



EXPEDIENTE

EUROCOMUNISMO

Emanuele Treglia (ed.)



Emanuele Treglia, Las vías eurocomunistas. Introducción

Philippe Buton, El Partido Comunista Francés frente al eurocomunismo: un partido en la encrucijada

 Emanuele Treglia, Un partido en busca de identidad. La difícil trayectoria del eurocomunismo español (1975-1982)”

Andrea Guiso,  La vía italiana al eurocomunismo. Una reflexión sobre PCI y cultura de gobierno

 Marc Lazar, El eurocomunismo, objeto de historia



EGOHISTORIA

Abdon Mateos, El pasado como problema. Entrevista a Santos Juliá sobre la historia del socialismo español

 EL PASADO DEL PRESENTE
Pablo Rubio Apiolaza,  La lealtad al líder. El plebiscito de 1988 y la derecha en la transición democrática chilena.



DEBATE

Pedro C. González Cuevas, Politique d´abord. Respuesta al señor Ismael Saz Campos

Ismael Saz, Cosas de la Historia, cosas de la Historiografía



MISCELÁNEA


Jordi Guixé, El regreso forzado y la persecución contra los exiliados en Francia



Manuela Aroca, La Unión Sindical Obrera (USO): del nacimiento del Nuevo Movimiento Obrero durante el franquismo a la búsqueda de espacios sindicales en la Transición



António Simões do Paço,  Topos rojos: un retrato de los comunistas portugueses en la lucha contra el Estado Novo a través de sus memorias



Luisa Marco Sola, La Oficina de Propaganda Católica de París. Propaganda crisitana antifascista para la II República durante la guerra civil española. Accésit al II Premio de Investigadores Noveles “Javier Tusell”







19. Santiago de Pablo (ed.), La transición en el País Vasco, 2012/1


Introducción, Santiago de Pablo

Andrea Miccichè, Radicalismo y nueva imagen del socialismo en los años setenta: el caso vasco.

Gaizka Fernández Soldevilla, A lomos de un tigre. ETA, la «izquierda abertzale» y el proceso de democratización

Leyre Arrieta Alberdi, Por los derechos del Pueblo Vasco. El PNV en la Transición 1975-1980

Eider Landaberea Abad,  “España, lo único importante”: El centro y la derecha española en el País Vasco durante la transición, 1975-1980

EGOHISTORIA

Nicolás Sesma, La historiografía sobre Vichy. Conversación con Robert O. Paxton

EL PASADO DEL PRESENTE

 Historias traumáticas en Iberoamerica: Introducción, Julián Chaves

Julián Chaves Palacios, Los procesos de la construcción de la  memoria de la guerra civil y el franquismo en la España actual 
Carmen Norambuena, Lugares, sitios y ecos de la memoria colectiva. Chile  post-dictadura

Carolina Farias, El ojo que llora. Violencia y memoria en el Perú, 1980-2000

MISCELÁNEA

Claudio Rodríguez, Primavera azul: Revitalización falangista y lucha por la nación en el marco local, 1948-1953

DEBATE

Gutmaro Gómez Bravo, Terror rojo, violencia revolucionaria y fin del mundo en la retaguardia republicana
                                                                     
                                                                        MEMORIA

Abdón Mateos, Ramón Lamoneda, un marxista revolucionario en la secretaría general del PSOE, 1936-42


 

 
20. Historia del Presente 20, 2012/2
EXPEDIENTE

 

Luis Enrique Otero (ed.) La Universidad nacionalcatólica

 

Introducción

José María López Sánchez, Poder académico en la reconstrucción de la Medicina universitaria de posguerra

Rubén Pallol, Las oposiciones a cátedras de Historia en la universidad nacionalcatólica

Luis Enrique Otero, Las ciencias naturales en la Universidad nacionalcatólica. La reacción antimoderna

Francisco Pelayo, Entre ciencia y religión. Evolución, Paleoantropología y el “origen del hombre” en España

Ricardo Campos y Rafael Huerta, Medicina mental y eugenesia. Los fundamentos ideológicos de la psiquiatría franquista en la obra de Antonio Vallejo Nájera

 

 
EGOHISTORIA

 

Ricardo Martín de la Guardia, La historia de los medios de comunicación. Entrevista a Celso Almuiña

  

MISCELÁNEA

Luca Costantini, El PSOE y la elección de la moderación. Del XXVII Congreso de 1976 a las elecciones sindicales de 1978

Roberto Muñoz Bolaños, “Operación Galaxia”. La primera intentona golpista de la transición

Michele D´Angelo, “Como ciegos en plena calle”. El exilio socialista frente a la emigración en Francia

MEMORIA

 

Juan Andrade Blanco, Santiago Carrillo en la transición

 

LECTURA

NORMAS DE REDACCIÓN


Fundada en 2001, la revista semestral Historia del Presente se ocupa del corto siglo XX de la Historia de España. Además, se interesa por la Historia desde una perspectiva internacional y comparada, dedicando espacio a la historia de otros países europeos y americanos.
Los textos enviados a la revista semestral Historia del Presente serán originales e inéditos, y deberán atenerse a las siguientes normas de redacción. Corresponderá al equipo editorial decidir sobre su publicación, en un plazo máximo de seis meses, a la vista de los informes expedidos por dos evaluadores externos y del interés del artículo. Se enviarán por correo electrónico a la dirección historiadelpresente@yahoo.es o por correo postal a la Asociación Historiadores del Presente, UNED, C/ Senda del Rey, 7, 28040-Madrid, España.
Los textos irán acompañados del nombre, dirección, teléfono, correo electrónico y centro donde desarrolle su actividad el autor; así como de un breve currículo, de seis palabras-clave y de un resumen (abstract) de unas diez líneas (máximo cien palabras), en lengua española e inglesa. Estarán escritos o traducidos al castellano.
Deberá constar la sección a la que van destinados y, en su caso, ajustarse a las normas previstas para cada una de ellas: "Expediente" (dossier monográfico), "El pasado del presente" (uso del pasado en otros países), "Debate" (controversia historiográfica) y "Lectura" (recensiones de libros).
Los artículos ocuparán un máximo de 20 páginas DIN-A4 a doble espacio, en letra Garamond, tamaño 11 puntos para el cuerpo de texto y 10 para las notas (8.000 palabras o 50.000 caracteres con espacios, notas, cuadros e índices incluidos). La primera línea de cada párrafo iniciará con una sangría de un centímetro. Para las recensiones de la sección "Lectura" se aconseja una extensión de 2 páginas (5.000 caracteres) y en ningún caso superarán las 3 páginas (máximo 8.000 caracteres).
Las palabras caracterizadas por algún motivo dentro del texto irán con comillas altas dobles (" "), en cursiva las escritas en otro idioma, los títulos de libros, periódicos, revistas, películas, congresos o los nombres de empresas comerciales (Renfe). Los guiones de texto serán medios (– –), reservándose los cortos sólo para las fechas o palabras compuestas (1936-1939), sin utilizar en ningún caso los largos o bajos.
Las citas textuales dentro del texto irán con comillas altas (""). Sólo cuando superen las tres líneas irán en cuerpo distinto del texto, en letra tamaño 10, donde las citas internas se harán con comillas altas simples (‘ ’), las omisiones o las explicaciones externas entre corchetes con tres puntos […] o texto [sic]. Los cuadros y gráficos deben presentarse numerados y en buenas condiciones de reproducción en blanco/negro.
Se ruega no incluir espacios previos o sucesivos suplementarios en ningún caso; no abusar de las numeraciones en los distintos apartados dentro del texto; poner los números volados o índices de remisión (1) antes y no después de los signos de puntuación, así como seguir estrictamente las siguientes indicaciones para los notas a pie de página (sólo en las secciones "Teoría" e "Historiografía" es posible el sistema americano):
- APELLIDOS, Nombre entero del autor, Título de la obra, Lugar de impresión, Editorial, año, página/s de referencia (p/pp.); APELLIDOS, Nombre entero del autor, "Título del artículo", Título de la revista, número (mes/año), páginas del artículo (pp.) / Título del periódico (fecha: 1-IV-2001);
- APELLIDOS, Nombre entero del autor, "Título del artículo", en APELLIDOS y Nombre del autor/es (comp./ed./coord./y otros), Título de la obra, Lugar de impresión, Editorial, año, páginas del artículo (pp.);
- APELLIDOS, Nombre entero del autor (si existe), Título del documento (si existe), fecha; Archivo o Centro de investigación, Fondo o nombre de la colección, caja o localización, expediente.
Las remisiones sucesivas a obras ya citadas se harán con los APELLIDOS, Nombre entero del autor, ob. cit. (en redonda), p./pp., cuando se trate de la única obra del autor; o Título abreviado…, cit., p./pp. si hay más obras del mismo autor citadas en el artículo. Para las referencias consecutivas, Ivi, p. -, o bien, Ibidem (en cursiva).

ESPAÑA SIGLO XX (clips de vídeo)
1. Franquismo, fascismo y dictadura
2. Presentación del CIHCE
3. La guerra civil española desde Argentina, Lidia Bocanegra
4. España: miradas desde fuera
5. Iberoamérica: migraciones y exilios



6. Combatientes mexicanos en la guerra de España, Héctor Perea.
7. México y la Segunda República española, Agustín Sánchez
























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